Actualidad
Niños sin calle
Sí, en las grandes ciudades los niños ya no pueden estar solos en la calle. Es patético ver a criaturas casi adolescentes acompañadas por sus padres o cuidadores en los parques. Es medio ridículo observar cómo esperan a la puerta del colegio a chavales bien crecidos. Los propios niños sienten vergüenza. Pero los mayores no se atreven a dejarlos solos. El miedo es el motivo, como siempre. Miedo a que se pierda, a que le pille un coche, a que intenten abusar de él, o robarle o secuestrarlo. Miedo que, como todos los miedos, arrebata la libertad a los humanos. Pero parece que el peligro está también dentro de casa, recuerdo los datos de críos abusados sexualmente por su familia: recuerdo la historia de los niños de Córdoba a los que su padre «perdió», recuerdo las casas llenas de soledad y vacío en las que los niños hacen deberes mientras sus progenitores trabajan. Recuerdo la compañía tecnológica a la que se aferran. Y qué van a hacer si no pueden bajar a la calle a jugar, si los compañeros del colegio viven lejos, si los hijos de los vecinos no se paran en la escalera. No son buenos tiempos para nuestros cachorros. Pasan de una niñez demasiado protegida y solitaria a una adolescencia encerrada en los centros comerciales. Ahí nos parece que están más protegidos. No estoy segura. Sí, quizá, de ciertos depredadores callejeros, pero no de los ruidos ensordecedores, del consumo enfermizo, de la estética espantosa, de la comida basura. No están protegidos de un modelo vacuo que sólo potencia el materialismo aturdido. En la calle jugábamos. Libremente. Al rescate. A la cerilla. Y a soñar más sueños. Más que ahora.
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