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Tres tristes trajes
Por un clavo se perdió una herradura, por una herradura se perdió un caballo y por un caballo se perdió un caballero. Los trajes de Camps son invisibles pero cumplen el papel de clavo de perdición. Si hubo ternos se ignora por qué, viéndose encelado, no los pagó Camps tres veces si fuera menester, antes que dimitir de su enésima mayoría absoluta y someterse a un juicio donde han abrevado Garzón y ministros socialistas sin licencia para cazar. El «caso Gürtel», con Camps como cola de ratón, es una causa general empujada por los socialistas para intentar demostrar que el PP es el partido político más corrupto de Occidente. «Gürtel» da para una novelita de kiosco en la que unos personajes patéticos medran a través de una agencia de viajes al calor del PP, o del PNV si hubiera estado a mano. Testaferros africanos, cónsules venales monegascos, esposas adulteras y traidoras, todos ajenos al PP y en chiringuito tercermundista junto al recuerdo de Filesa. Puede parecer mucho pero todo es actividad mental de Francisco Correa, un rastacueros que deja fuera de la ley lo que toca. El «knut», el látigo ruso de nueve colas aplicado a Camps no podía ser otro que Pepiño Blanco, el de las gasolineras, que al contrario que nuestro reo no se desafora ni con electricidad. La Presidencia valenciana de Camps ha tenido que cometer errores, sobre todo de imagen, pero va a ser condenada por cohecho pasivo que suena obscenamente a «dejarse hacer». Tres tristes trajes. Como luce buena figura y rostro penitente también hubiera ganado desnudo las elecciones. Si Camps se puso cerril, ¿por qué no repagó su mujer a sus espaldas? ¿O el partido?
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