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Baile en Capitanía por Martín Prieto
En el salón de la vasería de la Generalitat escenificó Zapatero su geografía parlamentaria variable y su compromiso con los nacionalismos periféricos de tratar a la segunda fuerza política del país, a la mitad de España, como a una tropa extramuros del Congreso. En una reunión actoral del madrileño Círculo de Bellas Artes el interesante actor hispano-argentino Héctor Alterio enfatizó que había que colocar un cordón sanitario en torno al Partido Popular, confundiendo al PP con la Triple A que le obligó a exilarse. Los artistas analizan emocionalmente y, así Almodóvar denunció las intenciones de Aznar de dar un golpe de Estado tras el 11-M. Como les tenemos como niños sus disparates son gratuitos. La recepción de Bono con el pretexto de la Constitución ha sido el revés de la trama de lo que ha estado ocurriendo los últimos siete años y ha tenido el aroma de «Baile en Capitanía» de Agustín de Foxa, buen escritor y personaje de si mismo que saldrá del limbo progresista: «¿Cómo no voy a ser de derechas si me gusta la buena mesa, soy diplomático y además conde?». La fila de penitentes ante un Mariano Rajoy recién salido de la leprosería recordaba los besamanos ante la Regente María Cristina, que nos quería gobernar, y lo hizo con tino. Fue una amiga mía quien le implantó el cabello a Bono y temo que le esté creciendo el pelo hacia el cerebro, porque la hagiografía de Zapatero alcanzó niveles sonrojantes de cursilería sólo comparables con aquel Federico Trillo de «Al alba, con el viento poniente…», anunciando el asalto helitransportado de Perejil. Lo que va de ayer a hoy: Rajoy y Zapatero en armonía, como siempre debió ser, sin las auditorías de infarto con las que Alfonso Guerra amenazaba al PP, y con traspaso de poderes a la americana. Falta que Sonsoles invite a almorzar a Viri en La Moncloa para ver el color de las colchas. Tras el rigodón vendrán las carreras y los atropellos.
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