Barcelona

«Siempre nos preguntan: y dónde está la ostra»

María Eugenia Mora, junto a su hijo, Alberto Forgas, actual director del negocio
María Eugenia Mora, junto a su hijo, Alberto Forgas, actual director del negociolarazon

Aunque dice el refrán que «padre mercader, hijo caballero y nieto pordiosero», a veces las historias no son tan previsibles. En la de la familia Forgas, propietaria de la empresa de perlas Orquídea, las únicas artificiales que en nuestros días se fabrican en Mallorca, padre, hijo y nieto han sido caballeros y han conseguido que, desde el principio y hasta ahora, pese a las crisis y a los malos vientos, su negocio sobreviva, crezca, florezca y sea un ejemplo a seguir. «Y ya no deberíamos pinchar –dice Alberto Forgas-, porque la tercera generación se termina y dentro de poco pasaremos a la cuarta».

La historia de las perlas de Orquídea es una de esas típicas de los empresarios donde la casualidad favorece que las cosas más inesperadas sucedan. Allá por los años cuarenta, la crisis de la posguerra llegaba hasta las islas. Sin embargo, en Mallorca, en Manacor, un grupo de prohombres de la zona decidió aventurarse con un negocio insólito: hacerle la competencia a la naturaleza fabricando perlas. Así, varios profesionales liberales –el médico, el juez, el maestro…– montaron una fábrica de perlas artificiales. «Unas perlas –dice Eugenia, madre de Alberto Forgas– que se siguen fabricando hoy día desde la opalina, que es una varilla de cristal, con el soplete, como se hacía hace cincuenta años. Una señora lo va fundiendo y envolviendo hasta que sale el núcleo de la perlita. Después se le da una cantidad sin fin de baños y finalmente se meten en el túnel de secado». Es un proceso casi milagroso, extraordinario, que todavía se puede seguir contemplando, mejorado por la moderna tecnología, en la fábrica de Montuiri de la empresa. «¿ Y sabes lo que preguntan al salir muchos visitantes? ¡Que dónde está la ostra!». No es raro. Lo extraño es que al ser humano se le ocurriera emular a ese animal que, cuando recibe un cuerpo extraño, lo va cubriendo de nácar, capa a capa, hasta que lo convierte en una preciosa perla natural. Y, encima, en los cuarenta, cuando las posibilidades de casi todo eran prácticamente nulas.

Deuda saldada
Los emprendedores de Manacor recurrieron a una fábrica de Barcelona para comprar los productos químicos necesarios para poder elaborar sus perlas; pero eran caros y la empresa no soportó su propia crisis. Al poco tiempo, los dueños debían tanto dinero al fabricante que no tuvieron que buscar una solución: el dueño del negocio químico se quedaba con la empresa de perlas y la deuda quedaba saldada. «Así fue como mi suegro, Juan Forgas, se convirtió en un empresario de perlas sin comerlo ni beberlo –cuenta Eugenia–, y luego, como en todas las empresas familiares, mi marido, Alejandro, que había estudiado Ciencias Químicas, cogió el testigo». Hasta que le tocó el turno a su hijo Alberto, que es quien dirige el negocio en la actualidad. Era su destino: «En realidad, le había dicho a mi padre, como hacen casi todos los hijos, que no me interesaba continuar con el negocio; pero al volver de Estados Unidos, donde estaba trabajando en la banca, me di cuenta de que tenía que ayudarle».

La empresa necesitaba savia nueva para unos tiempos nuevos en los que, por fin, Eugenia, la matriarca, podría ocupar el lugar que le correspondía. «Yo soy de Barcelona. Pero me vine a esta isla, que adoro, con mucho gusto». Eugenia trabajaba como modelo en su ciudad natal. Le encantaba la moda, los complementos, y era una mujer enormemente creativa. Estaba claro que podría aportar algo al mundo de las perlas. «Mi suegro, que se fue muy pronto, siempre me decía: ‘‘Eugenia, tu puedes hacer algo, tú tienes que hacer algo'', pero cuando le insinué a mi marido que quería trabajar en Orquídea, él me dijo: ‘‘Ésta es una fábrica de mujeres y si quieres trabajar aquí tienes que dar ejemplo y ser la primera en llegar y la última en irte''. Es decir, que tenía que llegar antes de las ocho, cuando vivía a más de cincuenta kilómetros de la fábrica, y volver a casa después de las ocho. No lo hice. Eran otros tiempos y yo quería ocuparme de mi casa y de mis hijos. Todo no podía ser». Sin embargo, con la incorporación de Alberto Forgas a la empresa, todo cambió.

Una auténtica revolución

«Mi entrada supuso una evolución en tres aspectos fundamentales. El factor marca, el factor producto y el factor cliente. Cuando yo me incorporo, el 80 por ciento de la producción de la empresa se realiza con segundas marcas de la compañías o con marcas blancas que se venden a distribuidores y mayoristas para que las comercialicen con las suyas. Sólo el 20 por ciento de la facturación de la producción se realizaba con la marca Orquídea. Hoy sucede prácticamente lo contrario. El 90 por ciento se comercializa con nuestra marca. Antes había un producto de larga tirada casi único y muy clásico. Ahora la renovación es continua: mezclamos la perla con nuevos materiales, con caucho, seda, esmaltes…. Y, por último, antes vendíamos a todo tipo de clientes y establecimientos, y ahora el 70 por ciento de nuestros clientes son joyeros».

Y es esa transformación de la empresa, que le hace crecer y exportar a distintos lugares del mundo, cuando Eugenia vuelve a cobrar protagonismo. «En realidad, yo siempre hice mis pinitos. Me fijaba en la joyería y en los accesorios que veía en cualquier parte y al final acababa por presentar algún diseño. Pero fue mi hijo quien me pidió que me lo tomara más en serio. Me comentó: ‘‘Yo no te voy a poner ni horario, ni día ni fecha, haz lo que quieras y cuando quieras, pero me gustaría contar con tu colaboración, que crearas un gabinete de diseño''». Un gabinete desde el que nace un collar que puede permitirse todo el mundo. Porque las de Mallorca, que cobraron auge tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la industria de Japón, que era el principal productor de perlas del mundo, prácticamente desapareció, suponen la democratización de las perlas. Se trata de una joyería para todos los bolsillos, con un producto excepcional capaz, como cuenta Eugenia, hasta de sobrevivir a un incendio: «A mediados de los noventa tuvimos uno en nuestra tienda principal y el humo llegó a las perlas; todas se derritieron excepto las nuestras, las artificiales, que, simplemente lavándolas se pudieron aprovechar».

Personal e intransferible
Tanto Eugenia (en la imagen) como su hijo Alberto son unos apasionados del golf. También lo es Alejandro, el patriarca, ya retirado de las perlas, pero no del golf ni el tenis, a los que está tan entregado como su hija Olga. Hay tanta pasión por el golf en la familia que Orquídea organiza un torneo veraniego todos los años en Costa de los Pinos, Mallorca. A Alberto, si la responsabilidad no hubiera sido tanta, le hubiera gustado dedicarse profesionalmente al tenis. Pero una empresa familiar como la suya, con tres grandes superficies , una tienda con solera y todo tipo de perlas en Palma y diez o doce millones de euros de volumen de negocio, implica muchos sacrificios.