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Los nidos de Madrid por Antonio PÉREZ HENARES
Parece que la ciudad está , y lo está, a reventar de pájaros. Hay un mayor número por todos los que han nacido y ya son volantones. Pero es que se les ve aún más revoloteando por doquier. Sus píos no cesan ni un momento porque siguen reclamando alimento a sus progenitores, que están deseando librarse ya de ellos pero a los que no dejan descansar ni un minuto.
Las familias de pequeños gurriatos y otras especies, con sus picos aún tiernos y los rebordes amarillos, son frecuentes posados en las ramas. Los padres completan la crianza sólo para comenzar de nuevo la siguiente. Esto es un ajetreo. Y sobre todo el piar, las escuadrillas de vencejos volando en cerradas formaciones llenado el espacio de chillidos. Y si se presta atención hasta pueda oírse tal vez el inconfundible y hermoso y melancólico canto de la oropéndola y ver el intenso color amarillo de los machos por alguna arboleda. Ha sido la última en llegar de África junto con el milano negro y el más retrasado , el alcaudón común. Su retraso tiene un porqué. Anida en los rosales silvestres y ha de esperar a que éstos estén tupidos de hojas.
El halcón peregrino tiene pollos crecidos en lo alto de un gran edificio urbano. Sus cacerías de palomas se intensifican. A veces caza hasta muy tarde, hasta que ya casi no le queda luz en el atardecer y aprovecha los últimos instantes para capturar alguna paloma que quiere ponerse a resguardo en las cornisas de los edificios que flanquean a Cibeles.
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