Esa visible oscuridad

Algo hay de oscuro, espeso e inquietante en el cine de Rodrigo Cortés. Algo con forma quizá de bestia humana que evita la luz y busca obsesivo las penumbras. Cortés, hemos quedado, no se trata de un director español al uso y en Hollywood ya tutea a las luminarias. En la nómina está, por ejemplo, De Niro, y miren que el tipo es raro. Él protagoniza, junto con un no menos estupendo Cilliam Murphy, el nuevo y entretenidísimo thriller del realizador que intenta iluminar la historia sobre dos investigadores de fraudes paranormales y un legendario mentalista y psíquico ciego que reaparece ante el público después de 30 años de misteriosa ausencia. Un genio de la palabra y posible embaucador que recuerda a ese Burt Lancaster canalla de la soberbia «El fuego y la palabra» (Richard Brooks, 1960). La nueva película de Cortés, sin embargo, no se juega tanto el pellejo como la notable «Buried», y de vez en cuando echa mano de ciertos elementos efectistas y cuela algún detalle de guión imposible o de subrayados visuales un poco rimbombantes; con todo, el filme sobrecoge e incluso posee ecos de pesadilla roja lyncheana.
Lucha tenaz entre fe y ciencia, Cortés decide dejar el asunto en tablas: quizá, porque nadie sabe cuándo puede apagarse la luz o si ésta durará encendida, milagrosamente, toda la eternidad.