Grupos
El pulpo por Cristina L SCHLICHTING
Ha sido estupendo jugar al pulpo en este mundial. Por supuesto, nadie creía seriamente que un cefalópodo de Oberhausen pudiese predecir el futuro, pero hemos fingido y apostado, intentado explicar y sobre todo disfrutado con la historia de Paul. El niño que llevamos dentro ha surgido de entre el marasmo cotidiano que es España para escrutar con ilusión una pecera alemana donde se dirimía el resultado de los partidos por anticipado. La inefable Paloma Gómez Borrero afirma que Paul es hijo de pulpos gallegos y que eso explicaría su querencia por la selección española. Carlos de Prada, menos imaginativo, sugiere que su cuidador trucaba la prueba para ajustar el comportamiento de la mascota a las predicciones de las apuestas mayoritarias. Incluso ha habido opiniones científicas: Ángel Guerra, experto en cefalópodos del Centro Superior de Investigaciones Científicas, afirma que un pulpo es tan inteligente como una rata, que se comunica y aprende, pero que no es capaz de distinguir colores y que probablemente ha elegido entre un mejillón y otro, no por las banderas sino en virtud del olor y la frescura del molusco. Una asociación de Asturias ha pedido la extradición del pulpo a España. A mí todas estas cosas me divierten y me revelan cierto cansancio de lo cotidiano y manido, y un deseo nada oculto de sorpresa y de cambio, incluso de incorporación de la fantasía a los quehaceres diarios. Me encanta. Hace un mes ignoraba que los pulpos apenas viven dos años, que hembras y machos son distintos anatómicamente, que sólo ven en blanco y negro o que hacen una única puesta de 200.000 huevos a lo largo de su breve existencia. La de cosas que se aprenden jugando.
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