Escultura

La Feria

La Razón
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Ya lo decía la canción de Los Puntos, que a la feria no puedes faltar, a la feria a la orilla del mar, aunque tengas que ir con mamá y todas esas cosas que nos hacían ponernos borricos en la adolescencia olvidada de los guateques. Y cada vez que llega la feria, regreso al vaivén del carrusel del Furo dos boletos por un duro, la caseta de tiro con escopetillas trucadas que nos daban chicles Bazoka y cigarros de menta, que sabían a beso de mujer fatal en blanco y negro. La feria era donde escuchábamos los mejores temas musicales a todo volumen, que de esose encargaban los de los coches de choque. Allí se intentaba humillar al pretendiente y se ejercía de Fittipaldi delante de la zagala que nos molaba. La feria era albero y berenjena de a cinco duros, siempre toca, siempre toca y caballito de fotógrafo con niño vestido del Llanero Solitario y pistolas de pasta con imaginarias balas de plata en su corazón. La feria era amigo y pandilla en busca de aventuras, trenillo loco y escobazo de la bruja, beso furtivo entre las sombras y sueños de ser artista con el nombre de uno en las letras luminosas de las bombillas brillantes del Teatro Chino de Manolita Chen, que ya tuvo que haber en la concepción de ésta una verdadera alianza de civilizaciones y un poco de mala leche por el nombre y el apellido de aquella moza que nunca vimos, porque era como Helena Francis y la mujer de Colombo. Vamos a la feria. Leva a tu familia a la feria y a lo mejor te encuentras con aquél niño que fuiste, tu pantalón largo y la primera bocanada de humo americano. Lo decía Serrat: «Y el aire será más azul y la noche más corta. Si no le cura al menos, le reconforta, señor». Si muere la feria, se escapa la vida.Que haya alivio, amigos.