Noruega
Venid tengo algo
Lo ha contado una adolescente de quince años, sobreviviente de la masacre perpetrada por el tal Anders Behring Breivik en Noruega. El tipo, disfrazado, se acercó a los muchachos y les dijo: «Venid aquí, tengo informaciones importantes, venid, no hay nada que temer…» Luego abrió fuego sobre los jóvenes y los mató como si fueran animales. Más allá de sus ideas políticas –por lo que se sabe hasta ahora, un batiburrillo de arquetipos ideológicos contradictorios tomados al vuelo, faltos de consistencia, propios de una persona que posee más información que formación–, lo que sorprende del asesino es que encarna a la perfección el papel del lobo con piel de cordero de los cuentos populares. Vestido de policía, como la fiera de un cuento tradicional, se acercó a los niños y los engañó –«venid, no tengáis miedo…»–, para luego devorarlos. La figura del malvado, agazapado tras un disfraz del que apenas sobresalen sus colmillos ensangrentados, es una imagen recurrente y tradicional en la literatura popular. Con ella, nuestros abuelos y padres nos han tratado de advertir sobre los peligros del mundo y su esencia de tinieblas.
En las sociedades avanzadas contemporáneas, el mal resulta fascinante. El lado oscuro tiene más atractivo que el claro. El papel del «malo» es uno de los más codiciados en las obras de ficción. La sociedad del espectáculo ha banalizado la idea del mal hasta extremos que horrorizarían a Hannah Arendt pero que, a este criminal rubio y bien criado, le resultan de lo más naturales (se declara «no culpable» del terrorífico delito pero, ¿es posible que no tenga conciencia exacta de su infamia...?). A la vez que se ha banalizado el mal, cuando lo encontramos de frente, como en este caso, tendemos a negar su existencia. Por eso denominamos «enfermedad, monstruosidad…» a lo que es pura maldad humana. Lo que la sabiduría popular ha transmitido durante milenios, a través de los cuentos, muchos se empeñan en negarlo actualmente. En las sociedades acomodadas, seguras y prósperas como la noruega, nadie espera que el mal llame a la puerta disfrazado de lobo con piel de cordero. Los policías no llevan más arma que un spray de pimienta y los crímenes, supuestamente, sólo ocurren en el floreciente género policíaco nórdico, convertido ya en una próspera multinacional globalizada: el IKEA de la literatura. Pero –es un clásico– hasta en el paraíso abundan las serpientes… Lástima.
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