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Pekín

Harrison

La Razón
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De niño, cuando se rodaba en las afueras de Madrid «Cincuenta y cinco días en Pekín», producida por Samuel Bronston, conocí a David Niven, Charlton Heston y Ava Gardner. El primero, simpatiquísimo, el segundo, lo más parecido a un caballo, y la tercera, muy mayor. Para un niño, una mujer de treinta años cumplidos es una anciana.

No he tenido más trato con las estrellas universales del cine. En Formentor coincidí algunos años con Audrey Hepburn, que era como una libélula elegantísima, siempre de la mano de un holandés errante que suspiraba por ella. No andaba, se deslizaba por entre los jardines de buganvillas, dondiegos, lantanas y limoneros. Me contó José Luis Garci, que en la gala de los «Oscar» en la que fue premiada su película «Volver a empezar», tuvo un ataque de poliuria como consecuencia del nerviosismo. Juan Antonio Vallejo-Nágera, en sus principios de conferenciante inexperto, también experimentaba esa molestia. Tuvo que interrumpir una conferencia en Lugo para acudir a toda pastilla al cuarto de baño. Así estaba Garci cuando ingresó en el espacio reservado a los hombres del Teatro Kodak. Reparó en un tipo que se refrescaba el rostro en un lavabo. Alzó la vista, se fijó en Garci y le sonrió. Era Paul Newman. Garci, que para nada pertenece al mundo rosa, me lo confesó: «Jamás ví nada tan guapo en mi vida». Claro, que también se dan excepciones. Kevin Costner, por ejemplo, es un taponcete, Nicole Kidman poco arreglada parece una gamba blanca de Perth, y Gary Cooper, que físicamente era como para comprarle un piso, en la charlita aburría a las ovejas.

Está en Madrid Harrison Ford. Las mujeres de mi familia me aseguran que es el hombre más guapo del mundo. Me saca bastantes años. De ahí, que haya decidido largarme este fin de semana al campo prodigioso de un gran amigo, sito en Sierra Morena, la dueña literaria del romanticismo serrano. No estoy dispuesto a jugarme la humillación de las comparaciones. Ya me sucedió en mi juventud, cuando mi rostro era un territorio confuso colonizado por el acné. Estaba con mi novia en Biarritz, tomando el aperitivo en la terraza del «Hotel du Palais», construido por Eugenia de Montijo sobre la más bella proa de roca de Biarritz –uno sabe elegir los sitios–, cuando pasó Alain Delon. ¿Qué se le había perdido a Alain Delon en Biarritz? Nada, excepto fastidiarme. Mi novia abrió la boca, y yo interpreté que me pedía un beso. Intenté dárselo y fui receptor de una desconsiderada bofetada. Me devolvió el rosario de mi madre y se quedó con todo lo demás. «Después de ver a Alain Delon, es muy difícil que te pueda seguir tratando». Las mujeres son capaces de culminar las mayores crueldades. Pagué el aperitivo y me quedé sin blanca para el resto del verano. Y todavía, con ochenta años bien cumplidos, este Alain Delon se mantiene en forma. Decía Terenci Moix que los dioses del cine no envejecen. Está claro que Harrison Ford pertenece a esa categoría.

Rumbo a Andalucía. Mis espías me confirman que Harrison Ford estará en Madrid hasta la mañana del domingo. Huyo al amparo de las encinas y las jaras de Sierra Morena. Allí, sólo puedo ser comparado con un muflón o un jabalí. Y confío en quedar en buen lugar. A mis años, otra humillación me llevaría a la tumba. Y no estoy por la labor.