Ley electoral
Contrarreforma del PSOE
El PSOE quebrado tiene el mismo problema que las empresas en suspensión de pagos: se quedó sin crédito. La primera tarea es conseguir que le fíen. No es un problema de discurso (aún) sino de credibilidad perdida. Antes de afinar con el mensaje –los zurriagazos a obispos y banqueros ya se ensayaron en campaña y funcionaron poco– ha de conseguir que la sociedad vuelva a escucharle. O, en palabras de un dirigente socialista, «¡cómo de mal estaremos cuando el mejor de nosotros sólo obtuvo 110 escaños!». Va para largo, pero cabe acortar el camino prescindiendo de proclamas inconsecuentes. Es absurda la insistencia en beatificar al Zapatero mártir «que se inmoló por España anteponiendo los intereses del país a los propios» porque ése es el primer mandamiento del gobernante, no su elección caprichosa. Urge que el PSOE aclare si ensalza la política que emprendió el presidente en 2010 o la repudia. Ambas cosas a la vez no caben. Si Zapatero hizo lo que España necesitaba para no ser intervenida y sentó las bases de nuestra recuperación económica, carece de sentido atribuirle a ello la espantada del electorado. Le conviene, en fin, al PSOE rasgarse menos las vestiduras por la «ofensiva conservadora» del Gobierno nuevo –«contrarreforma», en feliz hallazgo del diario que ha ganado el congreso– porque forma parte de su propio legado. Cabe discrepar de la deriva conservadora de Rajoy, obvio, pero no escandalizarse por ella. Rajoy es un señor de derechas que aplica el programa conservador por el que fue votado. Tiene poco sentido criticarle por incumplir su compromiso de no subir impuestos y criticarle, a la vez, por cumplir los otros. El PSOE debe plantarse ante el espejo y preguntarse: si la sociedad ha elegido una «ofensiva conservadora» al cabo de ocho años de gobierno socialista, ¿no habré sido yo causa de esta contrarreforma?
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