Zamora
La reinvención de un convento por Francisco Pérez
A veces el ritmo es, sencillamente, demasiado alto. El mundo nos arrastra en su girar frenético y nos perdemos en la vorágine. Afortunadamente, hay lugares donde uno puede detenerse un instante a reflexionar, a tomar aliento y a reencontrarse con uno mismo. Uno de estos paraísos terrenales es el Hotel Spa Convento I.
Debido a mi trabajo, estoy acostumbrado a pernoctar fuera de casa, a lo largo y ancho de la península. Pero el Convento I lo descubrí porque me llevó hasta él una persona muy especial. Y al traspasar la puerta de entrada me invadió una agradable sensación, ésa que todos sentimos cuando se nos revela un hermoso secreto.
El hotel se encuentra en la tranquila localidad de Coreses, a diez kilómetros de la capital de Zamora, en una zona en la que el silencio es como un bálsamo que casi se siente sobre la piel. Todos aquellos que vivan en grandes, y ruidosas, ciudades, sabrán a qué me refiero.
Instalado en un seminario del siglo XIX, que en su momento regentó la orden misionera del Verbo Divino, su apariencia exterior no revela lo que aguarda tras sus muros. Superada la recepción, la decoración, inspirada en los siglos XVII y XVIII, es deliciosamente recargada, hiperbólica y por ello, tan distinta que se graba en las retinas para siempre. En todo momento se tiene la sensación de estar recorriendo los rincones prohibidos de algún inaccesible palacio.
No puedo olvidar mi primera visita. Fue al comienzo de la primavera y estaba cansado, necesitaba unas vacaciones. Recuerdo que cuando entré en la habitación en seguida me llamaron la atención los detalles: elegantes cortinas, pinturas al fresco, adornos esculturales de yeso… Sin dudarlo, me sumergí en la bañera de hidromasaje. Reconozco que el estrés disminuyó considerablemente pero aún tenía en la cabeza algunas ideas que amenazaban con distraerme. Así que me senté junto a la ventana y, contemplando las serenas vistas del campo zamorano, abrí Cien años de soledad, que por aquel entonces estaba releyendo por enésima vez. Temiendo que tal remedio no fuera suficiente, hice una llamada para apuntarme a un masaje con chocolate y a un circuito termal en su espectacular spa. Después del tratamiento y tras una agradable cena en su magnífico restaurante de comida castellana, donde me agradó especialmente la tulipa de boletus y el excelente cordero, regado convenientemente con vinos de su propia bodega, decidí tomar una cerveza helada en su simpático Pub Egipcio. Transcurridas unas horas en aquel lugar, tan lejos y tan cerca de todo, la evasión del mundo real era completa. Había encontrado la paz y había recuperado el equilibrio.
Tal vez usted también pueda hacerlo. Pero no se lo cuente a cualquiera. Recuerde que es un secreto.
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