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El pulpo y Larissa

La Razón
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Este mundial, además de a algún árbitro inútil, ha encumbrado a un pulpo adivino y a una maciza paraguaya. La existencia es extraña y la verdad, como dice Marina, además de verdad puede ser descontertante, zumbona y, en apariencia, inexplicable. Atribuyendo la fama de Paul a los dueños de la globalización y a una cierta epidemia de estupidez, se desconoce porque no ha llegado a alcanzar esta fama estelar de pitoniso un langontino de Sanlúcar, un Gran Danés o una anguila. Los poderes del pulpo me recuerdan a la excursión medieval de Eslava Galán «en busca del unicornio»: aquel periplo de pajes y caballeros que llevaban al corazón de África a una doncella para lograr el márfil del animal mitológico y todo por qué presuntamente revitalizaba la virilidad. Al final, ni unicornio, ni virilidad reconquistada. Escribo el artículo antes de saber qué pasará, confiado en el pálpito y en la conjura de tantos años, antes que en lo que diga el tal Paul. Me jugué en la porra un dos cero a favor de los nuestros. Esto es jugar a carta perdida y escrita pero por lo menos sin atender a las extrañas elucubraciones de un cefalópodo alemán, al que se ha convertido en gurú deportivo. El animal demuestra que al fútbol le cabe todo, porque sus dotes no se enfrentan al futuro colectivo ni al crash económico. Larissa también se encumbró y habla que aclarar como una sale de la nada y llega a novia del mundial.