Cataluña

La ministra que miraba al suelo

Carme Chacón suele andar con la mirada baja y el paso rápido. Es en el caminar lo que en la vida: la discreción y la ambición, el perfil bajo y el objetivo claro. Su voz es queda y su sonrisa franca cuando no ve enemigos.

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Su discurso va y viene de un lado a otro de la difusa línea que separa lo poético de lo cursi, y a ello adecúa su entonación, sus formas de gestos prefabricados y su estrategia de cálculo político. Chacón es socialista desde la pubertad, cuando se acercó a una sede del PSOE y decidió seguir las líneas que entonces marcaba su admirado Felipe González. En esas trazas avanzó hasta que en el horizonte apareció Zapatero y sus laicas oraciones fueron escuchadas. Su pertenencia a esa «tercera vía» y su perfil de política pura y dura, ambiciosa y preparada, amén de su casamiento con un íntimo amigo del líder socialista, la llevaron de la mano a la Villa y Corte. En nueve años había logrado pasar de concejal a ministra.

Pasó sin pena ni gloria por el malogrado Ministerio de Vivienda, y de ahí dio el gran salto de mercadotecnia pergeñado por Zapatero. La primera mujer que ocupa la cartera de Defensa. Y lo hizo embarazada, con su catalanismo en ristre y la vitola de delfín zapateril rodeando su futuro.
Desde aquel catorce de abril de 2008, Chacón ha vivido en la dificilísima dicotomía de parecer menos catalana en el resto de España y menos española en Cataluña, por parecer la mujer de Estado que se presupone a una ministra de Defensa y por mantener esa aureola de futuro liderazgo tramado en la estratagema marital.

Desde aquel primer «capitán, mande firmes» que dio la vuelta al mundo, Chacón ha pasado del Olimpo popular a los siete infiernos de Dante. El primero, por el brote de Gripe A en la academia de Hoyo de Manzanares; el segundo, por su anuncio de la retirada de las tropas españolas de Kosovo sin acuse de recibo previo a nadie; el tercero, por la «no guerra» de Afganistán que la propia realidad se empeñó en mostrarle; el cuarto, por un secuestro, el del «Alakrana», que mermó su popularidad; el quinto, por su empeño constante en ser la primera de la clase en la Memoria Histórica, llevándose por delante a héroes indiscutibles más allá de ideologías; el sexto, por querer esconder todo lo que oliera a catolicismo en los ejércitos, y el séptimo, por aprobar una ley heredada, la de la Carrera Militar, sin ver venir el error que suponía.

Pero para Chacón este destino es tránsito puro. Tiene claro el objetivo, y en él trabajará hasta conseguirlo, aunque tenga que no hablar a la Prensa durante años, aunque prolongue su sesión de fotos hasta el infinito y aunque tenga que dar un paso atrás para coger impulso.