Caracas
The Basauri Center por Alfonso Ussía
Conocí al doctor Pitanguí, uno de los grandes maestros de la cirugía plástica en el restaurante «El Charolés» de El Escorial. Coincidimos en los cursos de la Universidad de Verano, nos escapamos los dos de la organización y terminamos comiendo en la misma mesa. Me pareció un tipo listísimo. Todas las señoras ricas españolas que se se sentían amenazadas por la caída de sus turgencias o las arrugas en la piel, viajaban hasta Río para someterse a la ciencia y las manos de Pitanguí. Era un sabio escéptico. «Yo sólo detengo el desastre, no lo arreglo para siempre». Algunas mujeres operadas por el brasileño, mostraban sin ningún pudor el resultado de su operación como si se tratara de una joya, un incunable o una obra de arte. Así, una tarde en San Sebastián, la madre de una amiga me enseñó su tetamen con desparpajo de actriz obligada por el guión.
Se abrió la blusa, sacóse todo y pronunció sonriente la palabra mágica: «Pitanguí». Aquella misma noche, mi amiga se había enterado de la exposición de su madre, y quiso saber mi opinión: «¿Te han gustado las tetas de mamá?». Le expuse mi desánimo. «No me han gustado absolutamente nada. La naturaleza no se arregla». Y me abrazó entusiasmada.
Entre los hombres adquirió gran fama un médico suizo que practicaba un sistema de rejuvenecimiento con células de cordero. Garantizaba la mejoría en el aspecto y la recuperación de la fortaleza viril. Sus clientes patrios superaban los ochenta años, y ninguno lo denunció. No obstante, más de uno falleció durante el desarrollo de la primera prueba a consecuencia de los desajustes vasculares que deparan las emociones olvidadas. Se cuenta de un marqués nonagenario, que al grito de «¡Marujita, ahí va el Ebro!», falleció. Lo cierto es que el médico suizo se forró con la clientela española, muy dada al esnobismo de creer demasiado en lo que se hace más allá de nuestras fronteras. Houston, Nueva York, Londres, Ginebra, Río de Janeiro. Hoy, cualquier centro hospitalario español, público o privado, está a la misma altura de competencia y eficacia que el mejor hospital de los Estados Unidos. Y además, se trata con mucha más humanidad a los pacientes.
Y para colmo, contamos en España con el más prestigioso centro de fertilidad masculina en la localidad vizcaina de Basauri. La ignorancia es muy mala compañera. Creía –me he llevado una desilusión–, que en todos los rincones de España existen centros con especialistas prestigiosos capaces de analizar las semillitas de un hombre con el fin de conocer su nivel de fertlidad. Pero no. Parece ser que eso sólo se puede saber de verdad de la buena en Basauri. De no ser así, no tendría sentido el permiso que ha concedido un juez al terrorista de la ETA preso en el Puerto de Santa María Jon Koldo –Juan Luis–, Aparicio, para que sea trasladado a Basauri a hacerse las pruebas de la fertilidad. Me figuro la inquietud de los portuenses al respecto. No hay en el Puerto de Santa María –ni en Jerez, ni en Cádiz, según parece–, nadie capaz de analizar los liquiditos de Jon Koldo y asegurarle su capacidad de fecundar. Tan sólo se queda tranquilo el etarra tiquismiquis si le practican las pruebas en el «The Pajorras Basauri Center», que gracias a este permiso judicial va a adquirir una fama mundial muy beneficiosa para nuestra nación. Todos aquellos jóvenes con posibles económicos que quieran cerciorarse de su fertlidad, tendrán que desplazarse –cuando Jon Koldo se haya fugado–, hasta Basauri para ingresar en el «The Pajorras Basauri Center» y no tener dudas en lo que respecta a su semencillo. Y lo mismo para las mujeres, que el «The Pajorras» está también preparado para dictaminar si una mujer puede tener hijos o no, e incluso, en el concreto caso de Jon Koldo, si la inseminación artificial de sus manolas en los ovarios de su chica preferida, de su amada «neska», garantiza la celebración de un bautizo laico a los nueve meses en Caracas, que es donde terminan refugiándose casi todos los fugados de la ETA.
Como defensor a ultranza de la vida, y sobre todo, del derecho a vivir de los seres más indefensos, le deseo a Jon Koldo que su periflús posea millones y millones de espermatozoides morroskos y que uno de ellos, el más poderoso, siembre la luz en las entrañas de su elegida. También le deseo, en el caso de que no huya a Venezuela desde Basauri, que cumpla con sosiego la condena que le ha impuesto la Justicia por no respetar la vida de los demás, y que saldada su deuda con la sociedad –que no es lo mismo que con los familiares de las víctimas de la ETA–, pueda vivir con su hijo y enseñarle que no se gana nada asesinando a otras personas, o colaborando con sus asesinatos, o formando parte de un grupo de criminales que creen que el dolor ajeno es un sentimiento despreciable.
El hijo de un asesino no está condenado, por nacer, a ser otro asesino. Basta y sobra que intuya en su padre el arrepentimiento, que hasta la fecha, no se ha despertado en su ánimo.
Y a Su Señoría, el Juez de Vigilancia Penitenciaria de la Audiencia Nacional, don José Luis de Castro, le debemos todos los ciudadanos gratitud por su extremada bondad y reconocimiento por abrirnos los ojos ante las excelencias sanitarias que gozamos los españoles, ignorantes en aplastante mayoría, de que en Basauri existe el centro médico más certero del mundo en cuestiones de fertilidad. Es más; desconocedor de la persona de Su Señoría y de sus circunstancias personales, me permito sugerirle que de tener la misma curiosidad que Jon Koldo por conocer la pujanza de su fertilidad, lo acompañe en el viaje y se haga la pruebita también.
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