Hollywood

«Beaumarchais»: Flotats monta otra revolución

El autor de «El barbero de Sevilla» tuvo una vida de película. Sacha Guitry la hizo teatro y, 60 años después, el más francófilo de los actores españoles la lleva, por fin, a escena. 

Flotats y Conesa, durante un ensayo de «Beaumarchais»
Flotats y Conesa, durante un ensayo de «Beaumarchais»larazon

Pierre-Agustin Carron, que vivió entre 1732 y 1798, pasó a la posteridad como Beaumarchais. Algún teatrero y, sobre todo, muchos melómanos lo situarán en seguida: las comedias del dramaturgo francés inspiraron a Rossini y Mozart las óperas «El barbero de Sevilla» y «Las bodas de Fígaro».

Pero es fácil que no mucha gente conozca –no es un autor muy representado en España– la apasionante vida de un hombre que fue un nuevo rico que medró entre la aristocracia, juez, financiero, armador, diputado, editor, maestro de arpa de las infantas reales, comerciante de armas, negrero y duelista, entre otras ocupaciones.

Un «insolente», como se le llamó en el filme de 1995 de Edouard Molinaro, que hizo tambalearse a un Gobierno en un célebre litigio contra el relator Göezman; un espía al servicio de Luis XV y un agente que participó en la independencia de las colonias americanas. Libertino y donjuán, enviudó dos veces de sendas herederas –mucho se insinuó en su momento–, se tuvo que exiliar y fue perdonado... Su vida fue un carrusel en el que se coló el teatro por la puerta principal.

Más de 30 actores
La película de Molinaro bebía sin especial fidelidad de «Beaumarchais», un texto de 1950 del dramaturgo francés Sacha Guitry (1885-1957) que, curiosamente, jamás ha sido llevado a escena. Hasta ahora, en Madrid. El responsable de este estreno mundial no podía ser otro que el más afrancesado de nuestros hombres de teatro, Josep Maria Flotats. Lo hará en el escenario del Español, en un gran montaje con un reparto de 32 intérpretes que dirige y protagoniza, acompañado por nombres como María Adánez, Carmen Conesa, Constantino Romero y Pedro Casablanc.

Flotats, cortés y hablador, hace un hueco en los apretados ensayos para esta entrevista. Cada vez parece más un hombre de otro siglo: y no ya por la peluca tardodieciochesca que lucía en «La cena», el texto de Jean Claude Brisville donde su Talleyrand se repartía Francia en un tira y afloja de poder con Fouché en 1815, o sea, tras la derrota de Napoleón en Waterloo.

Ni por la vestimenta barroca de su siguiente montaje, «Encuentro de Descartes con Pascal joven», de nuevo Brisville, pero esta vez ambientado en 1647; ni siquiera porque en este mismo «Beaumarchais» vuelva a la Francia anterior a las guillotinas. Sino porque parece que algo se le ha pegado de la Ilustración en sus maneras. «Le suelo decir a Brisville: me gusta como escribe usted. Y él me responde: hombre, es que escribir como se habla en el Metro, para eso no merece la pena pagar una entrada de teatro», recuerda entre risas este enamorado de la palabra y la reflexión. «Una de las cosas que admiro en Sacha Guitry es su lenguaje: siempre es brillante, ingenioso, inteligente».

Cuenta Flotats que Beaumarchais fue «espía, comerciante, negrero, mercader de armas... Tuvo cuarenta barcos a la vez en el mar: era el Onassis de la época, entre otras cosas». Pero al director catalán le llama más la atención el significado de su obra visto en perspectiva que sus anécdotas biográficas: «Es el gran peso pesado del teatro pre revolucionario. Suya es la primera obra que, en el absolutismo monárquico, se atreve a coger las ideas de la independencia americana y defiende que todos los hombres tienen los mismos derechos.

Decir eso cuando estos eran exclusivos de la aristocracia es revolucionario. Es el Bertolt Brecht del XVIII, con la diferencia de que Brecht escribe con el comunismo en el poder y no provoca la revolución». Al principio, Beaumarchais ambientó en Francia sus dos grandes obras, pero intuyó que ni «El barbero de Sevilla» ni «Las bodas de Fígaro» pasarían el corte de las «sanguijuelas», o sea, de los «censeurs» –término polisémico en el francés de la época, como explica el traductor de la obra, Mauro Armiño, en una reciente edición de «El barbero...» (Alianza)–. «Es el autor más atrevido y a la vez brillante», cuenta Flotats. Sin embargo, había límites: al final, Fígaro tuvo que ser un personaje español.

Teatro de calidad
Pero, tras la máscara, prosigue el director, había osadía: «Fígaro es el lacayo que se atreve a decir al conde: "¿Qué ha hecho usted para merecer todos esos bienes?"Es la revolución, hasta tal punto que Marat dijo: "Fígaro mató la nobleza"».

«Biger than life», como dicen en Hollywood, Beaumarchais fue una de las figuras más amadas y odiadas de su tiempo. Y sí, era insolente, como lo etiquetó el filme. «Claro que lo fue, pero también en el buen sentido», le defiende Flotats. «Se atreve a decirle al rey: hay que demoler la Bastilla. Y cuando éste le pregunta: "¿Cuánta gente quedará libre?", él responde: "Todos los de fuera"». Como el resto de diálogos de la obra, lo anterior lo pone Guitry en boca de su personaje. Pero hay abundante documentación histórica que le ayudó a retratarlo. Por ejemplo, los procesos que Beaumarchais defendió como abogado. «Es alucinante: explican la historia del país. Está ahí la corrupción de los jueces, de la política y del Parlamento. Por sus escritos y su ataque a Göezman, Beaumarchais hizo caer al Gobierno».

Flotats, primer actor del Théâtre de la Ville de París en 1967 y miembro de la Comédie Française en 1981, dice no tratar de llevar la contraria con su pasión francesa en una época anglófila: «Es que me he educado en eso. No trato de ir contra ninguna moda. Además, seguramente me equivocaría porque la moda no es uniforme.

Con "Encuentro de Descartes y Pascal joven"le advertí a Mario Gas que el montaje era música de cámara, no sinfónica, y menos rock o pop, con lo que el número de espectadores sería más reducido. Pero yo creía que era un texto importante y que estaba bien que planteara la posibilidad de escuchar en una época en la que todo el mundo habla a la vez, en la que los debates televisivos son monólogos simultáneos de cuatro personas». Y fue un éxito. «O sea, que los de teatro nos equivocamos cuando pensamos a veces que para ciertas obras un poco más serias o austeras no habrá público. Y lo hay: la gente quiere calidad».

La obra de Guitry sufrió los vaivenes de la moda a mediados del siglo XX, ya no estaba entre lo «moderno», se le consideró burgués, acomodaticio. Aunque aclara Flotats con pasión que «durante 50 años fue considerado el rey del teatro: estuvo en cartelera continuamente. Y es cierto que, si después de su muerte se dejaron de montar sus textos, desde hace ya más de quince años no hay temporada en París en la que, en algún teatro privado, no se monte al menos una, dos, incluso tres obras suyas. Sigue estando en el repertorio y la crítica inteligente, la que sirve de referencia, ha dicho que es el Molière del siglo XX». Entre su producción están títulos para cine y teatro como «Nono» y «La novela de un tramposo».

El mejor champán
«Yo no estoy de vuelta de nada –responde Flotats sobre ese viaje de lo clásico a lo vanguardista–, a mí Sacha Guitry no ha dejado nunca de gustarme, y al mismo tiempo me han interesado textos de Jean-Paul Sartre. Aunque, la verdad, si releyera el teatro de Sartre ahora, no me interesaría tanto». Y regresa a Guitry: «Siempre tiene contenido, una historia. Y un lenguaje exquisito, es un enamorado de la lengua francesa, siempre con ironía, humor y elegancia. Guitry es el mejor champán. ¿Qué es el champán sino cultura?».

Y, muy educado, pone cara de horror cuando se le habla de guillotinar –metafóricamente– algún aspecto del teatro actual: «La palabra guillotina me estremece. Yo no la dejaría caer sobre nada, ni siquiera teatralmente. Además, sería un acto de prepotencia». Sin embargo, recoge el guante para citar lo que le dijo Tamayo, y lo hace imitando la inolvidable voz del maestro: «"Ay, José María, el mal teatro me enferma... ¡Y el bueno me mataaaaa!". A mí –ya en primera persona– el mal teatro también me enferma, pero no utilizaría la guillotina. Sí me gustaría que no se mezclasen los géneros. No llamemos teatro a todo. Una cosa es el teatro y otra los "puntocoms", las pantomimas o las comedias medio musicales. Para mí sólo hay un teatro: el que se habla. Todo tiene el derecho a existir y es muy respetable, pero el resto hay que adjetivarlo de otra manera». ¿«Touché»? Lo suyo, «Beaumarchais», por si alguien comienza a leer por el final, se verá en el Teatro Español del 25 de noviembre al 23 de enero.


LUCES Y SOMBRAS
Atrapado por el XVIII francés –y sus inmediaciones, como en «La cena»–, Flotats reconoce que tuvo sus sombras: «Fue el Siglo de las Luces, el de los enciclopedistas, que abrieron las puertas para que entrara aire. Fue la época de la independencia americana y los derechos del hombre. Y estamos viviendo de ello todavía». Pero, reconoce, «eso llevó también a Robespierre, a Saint-Just, al Terror, al revés de la medalla, al oscuro más oscuro. Lo mismo que con la revolución soviética y el comunismo. Ya lo decía Jesucristo: todo el mundo tiene derecho a comer y a ser libre. Los apóstoles son eso. Pero el comunismo, como la Revolución francesa, generó el terror. Hay que preguntarse: ¿era mejor antes o después? Y en cualquier caso, ojalá se hubiera podido evitar».