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La cruzada de Ahmadineyad por Michael Rubin
Dirigiéndose a los peregrinos el pasado 5 de noviembre de 2011, apenas dos semanas después de que Obama anunciara el último repliegue de los soldados estadounidenses de Irak, el líder supremo iraní citaba los «fracasos estadounidenses de Irak y Afganistán» como prueba de que «hoy, Occidente, Estados Unidos y el sionismo son más débiles que nunca antes». Desde entonces, la República Islámica ha elevado el tono de su retórica. El desafío ha sido sonado en materia nuclear. Y su antagonismo hacia Estados Unidos ha dado un giro todavía más peligroso en el Golfo Pérsico.
El 28 de diciembre de 2011, las autoridades iraníes amenazaban con cerrar el paso al tráfico por el estrecho de Ormuz, la arteria marítima de 54 kilómetros de boca que atraviesan más de un tercio de los petroleros del mundo. El comandante de la Marina iraní, Habibola Sayyari, equiparaba la facilidad para cerrar Ormuz con «beberse un vaso de agua». Y oficiales iraníes advertían al portaaviones norteamericano, John C. Stennis, que no volviera al Golfo tras haber abandonado el estrecho durante las maniobras iraníes.
Es la primera vez que amenazan con cerrar Ormuz desde que hace un cuarto de siglo el presidente Ronald Reagan respondiese con el uso de la fuerza –a través de la Operación Mantis Religiosa– para defender la demarcación de las aguas internacionales en el Golfo y asestara a la marina iraní la peor derrota de su historia.
Esta renovación de la amenaza sugiere que Teherán ha dejado de creer que Estados Unidos tiene la voluntad o la capacidad de defender sus intereses. Tras la retirada unilateral de Irak, los iraníes de todo pelaje se han dado cuenta de que Obama no tiene nada que ver con Reagan.
El tiempo se agota. Los analistas podrán hoy minimizar lo que denominan «faroles» iraníes, sabedores de que el régimen teocrático todavía tiene que desarrollar arsenales nucleares. Pero su comportamiento debería encender las alarmas. En el momento en que la República Islámica se nuclearice, su farol se transformará en la realidad.
Parapetadas tras su propio poder disuasor nuclear, las autoridades iraníes alcanzarían sus objetivos ideológicos con impunidad. Que un portaviones estadounidense haga frente a un grupo de embarcaciones ligeras es una cosa, pero arriesgarse a una confrontación con una potencia nuclear de gatillo fácil es otra muy distinta.
Los iraníes no sólo tienen a la economía internacional como rehén –consecuencia de permitir tácitamente que Teherán sea el guardián del estrecho–, también pueden amenazar la presencia estratégica de Estados Unidos. En los últimos años, el régimen teocrático ha recuperado antiguas aspiraciones territoriales de siglos sobre Bahréin, base de la V Flota de Estados Unidos, utilizando una retórica similar a la de Sadam Husein con Kuwait.
Cuando por entonces April Glaspie, la embajadora estadounidense en Irak, indicó la reticencia de defender Kuwait, Sadam atacó. Si Irán se convence de que Washington está débil para responder, Bahréin se podría enfrentar al mismo desafío desde la otra orilla del golfo Pérsico.
Los viajes de Ahmadineyad por Latinoamérica también deberían alarmar a los círculos de la seguridad nacional norteamericana. Cuando la Administración Obama propuso montar una línea directa para reducir las probabilidades de conflicto a raíz de la pérdida de control en el golfo Pérsico, Ali Fadavi, el responsable naval de la Guardia Islámica Revolucionaria, restó importancia a la maniobra afirmando que la mejor forma de evitar el conflicto en el golfo Pérsico es que Estados Unidos evacúe a todos sus efectivos. Añadía, sin embargo, que una vez que los buques iraníes atravesasen el golfo de México con total libertad, las autoridades iraníes plantearían una línea directa con las fuerzas estadounidenses en aquella región.
Los diplomáticos restarán importancia a Hugo Chávez como bufón trágico que llevó a la pobreza a un país tan rico en recursos como Venezuela, pero si nos fiamos de la retórica iraní, podríamos encontrarnos a la vuelta de la esquina una réplica de la crisis de los misiles cubanos, un siglo después de que el presidente Kennedy bajara los humos a su homólogo soviético, Nikita Krushchev.
La fanfarronada iraní es mala. Cuando Teherán pueda ponerle contenido, los intereses estadounidenses correrán verdadero peligro. La cuestión de fondo para Obama y para los republicanos que aspiran a relevarle es si Estados Unidos puede soportar o no un desafío iraní que va a crecer de forma exponencial una vez que Irán sea potencia nuclear.
Michael Rubin
Ex director del Departamento de Defensa de EE UU
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