Estados Unidos
El regreso de la némesis de México por Jorge Castañeda
Rechazo la idea de que una victoria del PRI restaure el status quo anterior, como si México hubiera permanecido inmóvil durante los doce últimos años
Hoy, 1 de julio, México votará casi con toda probabilidad mayoritariamente para que el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó el país durante siete decenios, vuelva al poder. El candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, lleva una ventaja insuperable al final de la campaña. Muchos mexicanos, además de amigos extranjeros del país, temen que este giro de los acontecimientos anuncie un regreso al pasado autoritario, corrupto y desacreditado que México dejó atrás cuando el candidato del partido de Acción Nacional, Vicente Fox, obtuvo la presidencia en 2000.
Como yo contribuí a la derrota del PRI, preferiría un vencedor diferente este año: un candidato independiente, un socialdemócrata de centro izquierda o un dirigente de centro derecha que hubiera hecho campaña con lo mejor de la ejecutoria de Fox y del Presidente saliente, Felipe Calderón (al tiempo que repudiara la sangrienta y fútil guerra contra los señores de la droga de México a la que se ha lanzado Calderón), pero rechazo la idea de que una victoria del PRI restaure automáticamente el status quo anterior, como si México, sus vínculos con el mundo, y el propio PRI hubieran permanecido inmóviles durante los doce últimos años.
México ha cambiado inmensamente desde 1994, la última vez en que fue elegido un presidente del PRI. Si vence Peña Nieto, tendrá que afrontar un bloque de oposición fuerte en el Congreso y casi con toda probabilidad el PRI estará en minoría en la cámara baja. Además, más de diez de los 32 gobernadores de estados serán de la oposición, mientras que el Partido de la Revolución Democrática, de centro izquierda, seguirá controlando el cargo elegido y el presupuesto que ocupan el segundo puesto en importancia del país: la alcaldía de Ciudad de México, que el PRD ha ocupado desde 1997.
Entretanto, los medios de comunicación de México son más libres, mejores y más fuertes que nunca, aun cuando en ocasiones la calidad de sus productos deje mucho que desear. La sociedad civil del país ha llegado a estar más organizada y a ser más potente y pujante. El Gobierno ya no puede hacer lo que quiera, para bien o para mal.
De hecho, muchas instituciones fundamentales han logrado una amplia autonomía del Gobierno desde 2000: el Banco Central, el Instituto de la Transparencia, la Oficina Nacional de Estadística, así como las autoridades de la seguridad, las comunicaciones, las elecciones, de lucha contra los monopolios y contra la droga. Tal vez lo más importante sea que México, por primera vez en su historia, tiene un Tribunal Supremo de verdad independiente y eficaz, que a veces amargó la vida a Fox y a Calderón, pero se la facilitó a los mexicanos de a pie y de todas clases.
También las relaciones de México con el mundo han cambiado desde 2000. Hoy México está inmerso en una red de acuerdos de libre cambio y otros instrumentos internacionales que han establecido definitivamente su economía abierta, políticas macroeconómicas ortodoxas y compromiso con el gobierno democrático. Está sujeto a una observación extranjera constante, molesta y digna de beneplácito.
Ahora importa también la presión internacional. Otros países escucharán a México sólo si éste cumple con sus obligaciones en materia de relaciones laborales, medio ambiente, elecciones libres y justas, propiedad privada y derechos humanos. En esta época, el Gobierno no puede cometer impunemente robos de elecciones, encierros en la cárcel de oponentes políticos, expropiaciones de activos privados extranjeros o nacionales, corrupción en gran escala o gastos despilfarradores.
El grado de integración económica con los Estados Unidos y el Canadá, que juntos representan la mayor parte del comercio, del turismo, de la inversión extranjera y las transferencias monetarias de México, hacen que al país le resulte particularmente difícil mostrarse insensible a las críticas extranjeras.
Por último, el PRI ha cambiado en dos formas fundamentales desde que ocupó el poder por última vez. No puedo dar fe de las convicciones democráticas de Peña Nieto, pero, por la generación a la que pertenece, se crió en un México democrático: durante el momento más obscuro del antiguo sistema, la matanza de estudiantes de 1968, tenía apenas dos años; en 1994, en el momento de las primeras elecciones semidemocráticas (que incluso el vencedor, Ernesto Zedillo, reconoció más adelante que fueron libres, pero no justas) tenía 28 años y cumplió 34 en 2000.
Así, pues, sean cuales fueren sus creencias personales, si Peña Nieto vence, será el primer Presidente democráticamente elegido de la historia: el primero en llegar a ser Jefe de Estado por haber obtenido más votos en las urnas, no porque lo haya elegido su predecesor. Resulta difícil decir si ese detalle tendrá importancia o no, pero moral, política y personalmente, la rendición de cuentas sí que la tiene; sin ella, todo vale. Y la rendición de cuentas ya no es algo de lo que México carezca.
Al final, o bien creemos que las elecciones libres y justas, el respeto de los derechos y las libertades individuales y la rotación en el poder son la esencia de la democracia o no. El regreso del PRI, conforme a las normas actuales de México, puede no ser ideal para el país, pero no es una restauración.
Si México no está listo para el regreso del PRI al poder, en ese caso nuestra labor ha sido deficiente y no hemos constituido las instituciones, la sociedad civil, los partidos políticos y los pactos internacionales que habrían velado por que sólo permanecieran en el juego político los participantes democráticos, pero creo que sí que hemos llevado a cabo esa tarea y que temer una restauración autoritaria sería negar todo lo que hemos logrado en los doce últimos años.
Jorge Castañeda
Ex ministro de Exteriores mexicano y profesor de Política
y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York
Copyright: Project Syndicate, 2012
✕
Accede a tu cuenta para comentar