Presentación
El cinturón
Lo del cinturón en el coche de Rajoy es de multa, pero no de escándalo. Moragas estaba distraído y Rajoy en las nubes. Moragas es peculiar. Alfonso de Senillosa, al que conozco desde que era niño, compañero de veranos norteños, me ha llamado en alguna ocasión para organizar una comida con Moragas. Tengo la costumbre de no comer con políticos por un motivo muy sencillo. Me aburren. No son tan aburridos como los escritores, pero más o menos. Una comida de escritores es algo que no deseo ni a mi peor enemigo, siempre que no sea escritor. Sobre todo si hay pretensión de trascendencias de por medio. Y los políticos lo mismo. Aprovechan el tiempo del condumio en explicar lo que está bien y lo que está mal, y uno sale convencido de que lo que está bien está mal y lo que está mal está bien. Además, impostan la voz y se muestran campanudos.
A Rajoy hay que mandarle la Guardia Civil de Tráfico, pero no los leones. Y quitarle unos cuantos puntos del carné, pero no pasar de ahí. A él o a Moragas, que es el encargado de la imagen. Entre Moragas y Arriola estamos apañados. El primero es el responsable de la imagen de Rajoy y el segundo de su estrategia. Nunca he creído en los asesores de la imagen. Y menos aún en los estrategas remunerados. Como no soy militante del Partido Popular no tengo derecho alguno a pedir cuentas de nada, pero si lo fuera, intentaría saber lo que percibe Arriola a cambio de perjudicar tanto a Rajoy. Para mí, que Arriola es el Corcóstegui del PP. Que haga como don Emilio. Mejor el despido con indemnización que el sueldo mantenido en contraprestación al desastre. Y Moragas, no sé. Ignoro si es político liberado o asesor de imagen gratuito. De cualquier manera, presumo que no necesita de la política para vivir. Su error ha sido memo, pero no merecedor de la cadena perpetua. Unos meses en la nevera, y a seguir olvidándose de los cinturones. Me refiero a los cinturones de seguridad, que los pantalones son otra cosa. Se cuenta de una veterana azafata de «Iberia» en un vuelo Madrid-Río de Janeiro. Ascenso normal, y ya alcanzada la altura de crucero, su voz melodiosa: «Señores pasajeros. Pueden, si lo desean, quitarse los pantalones. No obstante recomendamos por seguridad mantenerlos durante todo el vuelo». A la figuración pertenece lo que habrían hecho Rajoy y Moragas después de oir tan confusa recomendación.
Tengo para mí que una personalidad que necesita de un asesor de imagen carece de ella. Ahí está Churchill, que llevaba las camisas de seda con los cuellos y los puños algo deshilachados. Un parlamentario con asesor de imagen se lo reprochó: «Lleva usted algo deteriorada su camisa». «Es lo normal –respondió Sir Winston–; Uso camisa de seda desde hace muchos años más que usted». Además, que lo primero que tiene que demostrar un asesor de imagen es el atractivo de su propia imagen, y Moragas, hay que reconocerlo, no es mi tipo.
La gravedad de los hechos es, en ocasiones, más perdonable que la falta leve. Lo del cinturón de Rajoy es una falta leve, pero muy merecedora del pitorreo general. Y el pitorreo es peligroso en grado sumo para un político, que es además, el líder de la Oposición. Podría haber tenido la iniciativa de ajustarse él mismo el cinturón de seguridad, pero ya se sabe que los políticos con asesor de imagen no hacen nada hasta que su asesor de imagen se lo dice: «Presidente, el cinturón». Y como Moragas se olvidó de decírselo, servidor, en nombre de la Guardia Civil, le quitó cinco puntos. Y a Moragas, el carné.
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