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Mi cáncer VI por Paloma PEDRERO
«Que por mayo era, por mayo,/ cuando hace la calor,/ cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor,/ cuando canta la calandria/ y responde el ruiseñor,/ cuando los enamorados/ van a servir al amor;/ sino yo, triste, cuitado/ que vivo en esta prisión;/ que ni sé cuándo es de día/ ni cuando las noches son,/ sino por una avecilla/ que me cantaba al albor./ Matómela un ballestero;/ déle Dios mal galardón». Reanimación es una sala sin ventanas, donde nunca se apaga la cruel luz eléctrica, que mantiene una temperatura constante, y en la que los enfermos ni desayunamos, ni comemos, ni cenamos, simplemente somos alimentados artificialmente. Es la privación sensorial absoluta. Una auténtica tortura. Allí mi avecilla ha sido un simple reloj de pared que no cantaba las horas, ni me decía si era de noche o de día, pero al que me he aferrado para empujar el paso lentísimo de las horas. Tumbada en mi cama, sin nada a mi alcance, mi cabeza inventaba juegos y juegos para sobrevivir. Una noche se me ocurrió hacer una lista mental de la gente a la que amo. Me salieron 176. No había ninguno repetido, pero sí alguno olvidado. Es una maravilla de ejercicio. Hacedlo por orden de intensidad. Es sorprendente. Ningún ballestero malandrín descolgó aquel reloj, que allí se quedó cuando, tras muchos días de encierro, me dieron el alta para llevarme a planta. ¡Cielo! ¡Había cielo! ¡Y viento! ¡Y lluvia! Por los pasillos del hospital el tiempo y el espacio renacieron para mí. Mi cuerpo todavía tiene su cárcel, pero lo que me rodea es, por fin, la vida. Como Felipa, mi nueva compañera de habitación. Ochenta y siete años. De una casta de fortaleza ya extinguida. Operada de lo mismo que yo muchos, muchísimos días después que yo, pero sin hilito descosido. Campesina. Entrañable. Humilde. Por encima de todo, generosa. Compartimos cirujano. En un papelito tiene escrito su nombre y cada cierto tiempo pide el papel para memorizarlo: «Dr.Viamontes, Dr.Viamontes, Dr. Viamontes... el que me quitó el mal» Mañana ella se va a casa. Yo ya paseo con la bata blanca que me regaló mi amor, de su brazo.
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