Presentación
Osama en el paraíso
Parafraseando a Churchill, nunca tan pocos hicieron tanto contra tantos. Bin Laden el que más. Tuvo al mundo en jaque. Pero al final, no es tan fiero el León –que eso significa Osama– como lo pintan. Sí lo es bendito/ Benito/ Benedicto –que eso significa Barak–, que no sólo sigue al dedillo la política de Bush sino al general Schwartzkopf, vencedor en la primera Guerra del Golfo, que decía no estar en el negocio de juzgar a terroristas, sino en el de mandárselos a Dios para que lo hiciera. El papel del yihadista habrá sido inventar el megaterrorismo no gubernamental, y lo malo es que no tiene vuelta. En el museo de malvados políticos no pasa de la galería de intencionales. Nunca dispuso de los medios para emular a sus mucho más egregios predecesores del despotismo ancestral y el moderno totalitarismo, que contaban con la incomparable ventaja del poder. Lo sabía y tenía claro que la solución estaba en las armas de destrucción masiva, pero a Dios gracias realizó el tránsito antes de ponerles las manos encima. Otros seguirán sus pasos.
En Irak aportó otra innovación. Hacer cadáveres de civiles para cargárselos a quienes vienen a liberarlos. Fue todo un éxito mediático internacional, sólo posible gracias a la crédula complicidad de los anti-antiterroristas de una amplia coalición antiamericana, desde los resentidos de la guerra fría hasta maricomplejines que luego pagaron su pecado al encontrarse con la boca amordazada, hasta hoy, cuando similar añagaza adscriptiva se utilizó el 11-M.
Lo propio de la yihad es el martirio. No un medio sino un gozoso fin, pero sólo vale si se lleva a muchos por delante. Como el general americano, Bin Laden se dedicó a la pía obra de facilitárselo a sus devotos, pero se quedó al margen si, como tienen los etarras por procedimiento, se entregó sin resistencia. Día a día vamos sabiendo lo que sucedió, porque el sistema americano chorrea filtraciones por todas partes.
La operación militar, fallo de helicóptero incluido, resultó impecable. Minuciosa preparación y fortuna. Todo lo que puede salir mal es casi inimaginable. Los riesgos corridos, el del fiasco y el ridículo, han sido enormes. La tensión en la cara de Obama y sus «principals», siguiendo en vivo y en directo, más que justificada. Los fallos menos perdonables son los de la comunicación. Algo chapucera. ¿Para qué tanto desdecirse y contradecirse? Demasiada prisa. Lo urgente, mañana lo será más. Blair aprendió bien la lección de nuestro malhadado y miserablemente explotado Yak, y tuvo a las familias días y días en vilo sin soltar palabra hasta que todo el trabajo forense estuvo concluido. Ahora cada participante tenía que hacer su informe y con ellos el general, del que debería haber salido un comunicado claro y coherente con todo lo que pueda ahora saberse. El rigor exigía un par de días sin detalles. Pero seamos comprensivos. Entró en conflicto el deseo de promocionar el éxito con el de «despromocionar» la canonización del enemigo y desde luego, la incontenible voracidad de los medios de comunicación. «Lo que hemos hecho, chicos, es daros toda la información disponible, todo lo rápidamente que pudimos, y corregir los errores lo antes posible».
No había manera de equivocarse respecto a la reacción americana. El más tonto hubiera acertado. Pero, les importara o no, probablemente no han metido en el cálculo la morbosa del decadente gochismo europeo, aún atemperada por la trampa lógica y los imperativos táctico-ideológicos del sostenimiento del culto a Obama. Los americanos, simples y directos, han ido al qué y se han solazado con lo obvio. Por aquí hay demasiados que parecen creer que son los desquiciados inhumanos los principales destinatarios de los derechos humanos, cuando la verdad es que ante todo nos protegen del error del Ejecutivo y del abuso de lo arbitrario, pero no requieren el masoquismo y la indefensión. Han utilizado el cómo para empañar el éxito del qué. El cómo, para el equipo Obama, ha sido, muy sensatamente, rasurar de raíz todos los flecos posibles del culto al héroe atroz. Muy buena la sepultura marítima, escrupulosamente islámica. Sin duda no han tenido más que ratificar decisiones que venían muy de atrás. Grotesca la idea de montar el gran circo mundial de un juicio, cuando apenas acaban de decidir, bushiano modo, el agónico problema de cómo juzgar a los guerreros santos de a pie detenidos en el Guantánamo cubano y en su segunda y más discreta edición, la base aérea de Bagram, junto a Kabul.
En cuanto a las consecuencias, con toda su formidable potencia simbólica, Osama estaba ya amortizado. En cinco años no han dado una prueba irrefutable de que estuviera vivo. El yihadismo, magullado, sigue; los talibán siguen. El impacto pakistaní sobre uno u otro será lo más importante. Si la operación mantuviese a Obama en la Casa Blanca, eso sí que sí. Pero faltan 17 meses.
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