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Alfredo Amestoy: «Franco se enteraba de algunas cosas por mí»
Aquel muchacho de gafas de empollón y flequillo rebelde que jugando a osado congregaba a 16 millones de españoles frente al televisor («La vida», año 68) hoy vive gran parte del año refugiado en Motril y dedicado al cultivo del aguacate.
–Vaya transición la suya: de la pantalla de la tele a la agricultura...
–Fruto de una entrevista que le hice al antropólogo Josué de Castro, que escribió en su «Geografía del Hambre» que un hombre podía subsistir con un aguacate y un limón al día.
–Así que vio venir la crisis y se arrimó a la subsistencia...
–No me fío de los políticos: siempre nos pueden llevar al hambre. Yo puedo sobrevivir en Motril con muy poco.
–Pero dice que el aguacate no es un buen negocio...
–No, porque es un fruto barato que sacia, y a la gente no le gusta lo que sacia: prefiere aquello de lo que puede comer mucho.
El pelo blanco, aún abundante, y la mirada en permanente búsqueda, inquieta, porque Alfredo siempre necesita algo concreto y próximo en lo que apoyar sus palabras, un bastón para el discurso. Es nieto de agricultores. Ama los árboles, quizá porque, al revés que él, dan fruto sin necesidad de moverse. Alfredo es la ebullición constante, una idea al segundo, el parto, la partera y la parida.
–¿Qué es lo mejor que le ha pasado en la vida?
–He aprendido a perdonármelo todo. Me llevo bien conmigo: Alfredo se lleva bien con Amestoy. ¿Lo peor? No estoy orgulloso de ser vasco. No entiendo a mis paisanos. Entiendo mejor el senquismo andaluz.
–Muchos millones mirándole cada noche cuando no había llegado a los 30. ¿Eso no le estropeó un poco?
–Me malogró como periodista: la fama anula al reportero. Entraba en un bar y se hacía el silencio. Perdí el necesario anonimato.
–No sé si es una leyenda urbana o campestre, pero se contaba que cuando algún ministro trataba de cargárselo, Franco le salvaba el culo.
–Me enteré de eso 25 años después. Le caía bien a Franco porque se enteraba de algunas cosas por mí. Los periodistas se autocensuraban demasiado y yo decía cosas que nadie decía. Se podía ir un poco más allá y no pasaba nada: eso no lo supieron ver algunos colegas.
–Me imagino que usted le correspondió de alguna manera...
–¿A Franco? No le di la mano nunca. No le traté. Pero yo no era un enemigo del régimen, no era comunista. Trató de llevarme al huerto Domingo Dominguín, que era del PC. No lo logró. Amo más la independencia que la libertad.
Inventó el docudrama (aquello de los Botejara) y los «realities» de ahora le parecen programas bastardos, llenos de frikis, «de personajes casi de psiquiátrico, inadaptados; la televisión tiene que reflejar al país, y aquí pasa al revés: el país es un reflejo de la tele». Nunca ha matado un animal, da un rodeo para no pisar la fila de hormigas. Le gustan los leones.
–¿Qué queda de aquel tipo irónico, sarcástico?
–El flequillo, ja, ja. Por la mañana me levanto con ilusión y no me acuesto desengañado. Eso queda.
–Sé que su verdadera pasión es el teatro. Estrenó con éxito una comedia, «El partido», y ahora está a punto de estrenar otra...
–Tengo escritas tres o cuatro. Ahora varios productores leen «Marilyn vive arriba». Trata de Marilyn Monroe en el más allá. Resulta que ha triunfado en el cielo, se lleva muy bien con Dios.
–¿Y por qué Marilyn? ¿Le gustaba mucho?
–Ella y el Che son los dos iconos del siglo XX, las imágenes más reproducidas. No, no me gustaba mucho. Yo fui más de Kim Novak.
–Sé también que de mayor le hubiera gustado ser Neil Simon...
–Sí, es un prodigio, un prestidigitador de la comedia, de la vida. El teatro es arte, artificio y artimaña, luego es el arte mayor.
Jugar con las palabras es la artimaña de este seductor al que siempre le atrajo el vino, la buena mesa y el coqueteo. «Hermida decía que la cámara le amaba, y no: él amaba a la cámara, como yo; y la amaba porque yo en la cámara veía a la gente, y eso lo nota el espectador, lo agradece».
–Se rescatan países. Dígame de qué le gustaría ser rescatado...
–Ya es tarde para casi todo. No, no me gustaría volver a la tele. He pasado página: me dio más de lo que yo le di. Ahora sólo me queda estrenar alguna comedia.
–El último tramo es duro: todo es miserable, como dice Woody Allen.
–Es que el deterioro general no es cosa agradable. Mi padre, que murió a los 92, me dijo que los últimos diez años no habían merecido la pena.
–No sé si está desencantado de algo...
–Sé desde hace tiempo que casi todo es mentira.
Empezó en la revista «Gran Vía» y ahora tiene piso en la Gran Vía. Es de los que piensan que en la vida se termina como se empieza.
Haciendo memoria
-Su salto a la fama
«Fue sin lugar a dudas con "La Vida", en el 67, y luego "Vivir para ver"; son programas que llegaron a tener más audiencia que Rodríguez de la Fuente, El Circo y Heidi».
- Lo más íntimo
«"Un país para locos", que hice con José Antonio Plaza en el 91, no lo entendieron los políticos ni la empresa. Y fue una pena, porque era un gran programa».
- En lo más alto
«Cuando cumplí los 40, en el 81. Presenté la Nochevieja en TVE; era un momento espléndido, quizá el momento perfecto».
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