Berlín
Un Estado sin escrúpulos por Charles Krauthammer
Los regímenes imperiales pueden derrumbarse cuando son apartados de sus principales sostenes exteriores. La caída del Muro de Berlín no solamente marca la liberación de Moscú de Europa Oriental. Presagió el colapso de la propia Unión Soviética apenas dos años más tarde. La caída del sirio Bachar al Asad podría ser igualmente nefasta para Irán. La alianza con Siria constituye la piedra angular de la creciente esfera de influencia de Irán, una versión en miniatura de la asociación de los partidos comunistas del mundo Cominterm que incluye a satélites como el Hizbulá, de orientación y armamento iraníes, principal potencia dominante hoy en Líbano; o a Hamas, que controla Gaza y amenaza con arrebatar el resto de Palestina (Cisjordania) a un débil Al Fatah. El destino del régimen de Asad resulta geopolíticamente crucial. Es, por supuesto, relevante por razones de democracia y de derechos humanos en la misma medida.
El baazismo sirio, aunque no tan caprichoso y desequilibrado como la variante de Sadam Husein, encabeza un Estado policial sin escrúpulos que en una ocasión asesinó a 20.000 en Hama y ahora ha matado a más de 5.400 durante el levantamiento multitudinario actual. Los derechos humanos, el decoro, son motivo suficiente para hacer todo lo que podamos para deponer el régimen de Asad. Pero la oportunidad estratégica acentúa el carácter de urgencia.
No es extraño que la Liga Árabe, muchos de cuyos miembros no son humanitarios bondadosos, esté presionando con fuerza para forzar la marcha de Asad. Su caída privaría a Irán de su pasarela militar intraárabe y cortaría su pasillo al Mediterráneo. Siria volvería al ámbito suní. Hizbulá, el agente de Teherán en Líbano, podría ser el siguiente, al pender de un hilo sin la financiación siria ni el apoyo material iraní. Y Hamas volvería al favor egipcio. Al final de esta cadena de acontecimientos, Irán, despojado de aliados clave y acusando ya las sanciones económicas motivadas por su programa nuclear, se vería forzado a cambiar de dirección rápidamente. Los mulás están ya lo bastante desequilibrados como para verter amenazas casi suicidas de bloquear el paso por el estrecho de Ormuz. La población, cuya revuelta sofocaron en la Revolución Verde de 2009, sigue furiosa. El régimen es denostado por los jóvenes particularmente. Y sus intentos cada vez más evidentes de apuntalar a Asad económica y militarmente sólo han agravado la opinión antiiraní en el seno de la región. No son solamente los árabes suníes los que hacen cola contra Asad. Turquía, tras un reciente flirteo con una alianza sirio-irano-turca, se ha vuelto contra Asad, al ver la oportunidad de ampliar su influencia, como en los tiempos otomanos, como garante/referente de los árabes suníes. El alineamiento de fuerzas sugiere una oportunidad extraordinaria de que Occidente aseste el golpe de gracia.
¿Cómo? En primer lugar, un boicot total a Siria, más allá del crudo e incluyendo un embargo total de armamento. En segundo lugar, un flujo de ayuda a la resistencia (a través de Turquía, que alberga tanto a las milicias rebeldes como a la oposición política, o indirecta y clandestinamente hasta Siria). En tercero, una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas pidiendo la desarticulación del régimen de Asad. Rusia, último aliado relevante del presidente, se vería obligada a acceder, o bien a provocar la ira de los Estados árabes con un veto.
Forcemos la cuestión. Pongamos límites claros. Dejemos clara la solidaridad estadounidense con la Liga Árabe contra un Irán hegemónico y su precario satélite sirio. En diplomacia, a menudo hay que elegir entre los derechos humanos o la ventaja estratégica. Éste es uno de esos raros casos en los que podemos impulsar las dos cosas. Mientras, no alcancemos acuerdos con Rusia ni nos ablandemos hasta que Asad caiga.
Charles Krauthammer
«The Washington Post»
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