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Incongruencias y paradojas

La Razón
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La primera paradoja que le pudo pasar por la cabeza a cualquiera, al conocer la noticia de la imputación de Iñaki Urdangarín en el llamado «caso Babel», es la frase contenida en el auto de instrucción del juez José Castro al disponer que se levante el «secreto especial» del sumario que se instruye desde el pasado mes de agosto. Pero ¿a qué secreto se refiere el señor juez?
 Porque evidentemente, pase lo que pase de ahora en adelante, sea acusado de lo que tenga que ser acusado el marido de la Infanta Cristina, sea juzgado de acuerdo con lo dispuesto por la ley o se le condene si se le encuentra culpable de los delitos de los que se le acusen, decir que se levanta el secreto del sumario de un caso, cuyos detalles nos han sido servidos en bandeja en los medios de comunicación cada mañana, suena a broma de muy mal gusto. Y además, parece una tomadura de pelo que nos hace dudar una vez más de la imparcialidad de la Justicia y de la indefensión con la que se tienen que enfrentar a ella algunos ciudadanos.
Cuando he indagado acerca de lo que puede hacer una persona en un caso como el que afecta al yerno del Rey, en el que ha visto como cada día se filtraba el contenido de una investigación judicial, sin obviar detalles por nimios que parezcan, un abogado me contestaba que existen recursos que se pueden presentar ante el fiscal o ante el Consejo del Poder Judicial pero que, desgraciadamente, no sirven absolutamente para nada.
Supongo que cuando el duque de Palma consorte se enteró de que por fin, tras meses de goteo de que se publicaran sus presuntas fechorías en una especie de «juicio popular», era declarado imputado, debió sentir un cierto alivio ya que ese paso del juez significa para él que podrá empezar a defenderse y a recibir información oficial del contenido del sumario.
Hasta ahora, Iñaki Urdangarín ha sido el sospechoso que no tenía derecho a ser informado de las sospechas exactas que había contra él, aunque todo el mundo le señalara con el dedo y él tuviera que recurrir a leer los periódicos para enterarse de que en el guión de la película que se estaba escribiendo, a él se le había adjudicado el papel de villano. Ahora es el momento de comenzar a defenderse, asistido, como es lógico, por su equipo de abogados. Urdangarín sigue afirmando que es inocente y que está dispuesto a demostrar su inocencia y honorabilidad. Lo tiene complicado porque aunque logre su propósito, siempre quedará la sombra de la duda después de los ríos de tinta que sobre él se han derramado.