África

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Paul Bowles bajo el cielo protector

En la primavera pasada, sonaba la música de Paul Bowles en el Instituto Municipal del Libro de Málaga durante unas jornadas consagradas a recordar a quien fuera su larga compañera, la también escritora Jane (Auer de soltera).

Paul Bowles, durante una de sus estancias en Tánger
Paul Bowles, durante una de sus estancias en Tángerlarazon

Una exposición fotográfica, un retrato pintado por Barceló, una serie de conferencias –«El mundo de los Bowles»– y la reedición de varias de sus obras venían a celebrar la presencia de esta autora, que pasó sus últimos años en Málaga (de 1967 a 1973), donde está enterrada. Ahora, el recuerdo conmemorativo corresponde a su marido, Paul Bowles, el compositor y narrador neoyorquino que hizo de Tánger su hogar desde muy joven hasta su muerte en 1999 (sus restos no acompañaron a los de Jane, su mujer, sino que fueron trasladados a la ciudad de Nueva York, junto a los de sus padres).

El músico y el escritor

Había nacido el día 30 de diciembre de 1910, y sólo con diecinueve años decidió colgar los estudios y embarcarse hacia París, ciudad en la que contactó por vez primera con aquellos a los que ya Gertrude Stein llamaba «generación perdida». De vuelta a Manhattan, estudió composición con Aaron Copland y escribió música para obras teatrales y películas. Nace ahí el Bowles músico, pero también está a punto de hacerlo el Bowles viajero –visita Marruecos, vive en México durante cuatro años, recorre Centroamérica– y el escritor que lleva dentro renace en él a partir de su matrimonio con Jane en 1938 (se dice que por conveniencia, dada la orientación bisexual de ambos).

Se habían conocido en el ambiente bohemio de Greenwich Village y pronto se trasladarán a Ceilán, para acabar radicados en Tánger en 1947. De ellos dijo el dramaturgo Tennessee Williams en sus «Memorias», cuando les vio en Acapulco en 1940: «A mí me parecieron una pareja encantadora y muy singular». Aunque luego afirma haber conocido a Jane en Gibraltar, a la cual, por cierto, consideraba «la mayor figura que haya dado la novelística americana».

La historia ya da por hecho que fue Jane la que indujo a escribir a Paul, y la tendencia actual, por parte de los editores y críticos, es reivindicar el talento de Jane por encima del de su marido. En todo caso, la chispa creativa se encendió en Tánger, lugar que fue testigo de novelas como «El cielo protector» (1949), que haría famosa el director Bernardo Bertolucci con su adaptación al cine, «Déjala que caiga» (1952) y «La casa de la araña» (1955).

En ellas, la ciudad marroquí es el trasfondo espacial para unos personajes extranjeros que se enfrentan a tentaciones y debilidades, ya sean el alcohol o una fuerte pulsión sensual. Bowles, mientras Jane mantiene una enloquecida relación con una empleada doméstica que se extiende veinte años, escribe y se integra en la vida africana, traduce algunas obras autóctonas y acoge a los escritores «beat» William Burroughs, Jack Kerouac y Allen Ginsberg, y a otros muchos cuya homosexualidad podía liberarse en Tánger. Allí prima lo insólito, aseguró Truman Capote en una crónica de 1950, y además «es alarmante la cantidad de viajeros que han venido a pasar unas breves vacaciones y se han quedado años y años. Porque Tánger es un cuenco que te contiene, un lugar sin tiempo».

En cierto modo, la amistad y la tolerancia y el respeto por el otro parecen el eje vital de Bowles: primero con su mujer, a la que siguió queriendo pese a su constante carácter enamoradizo, pero también habría que citar a la persona que le cuidó durante cerca de treinta años, Abde- louahid Boulaich, al escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, que tanto divulgó su obra en los años ochenta, y antes a sus grandes colegas Gore Vidal, Luchino Visconti, Orson Welles, John Huston y Capote.

Éste también destacó más la obra de Jane –un genio por descubrir, afirmó, asombrado de que no le llegara su debido reconocimiento– que novelas como «El cielo protector» –«enormemente tenue», dijo en una carta a un amigo–, y se preocupó por la pareja cuando, ya en 1958, fueron expulsados de Marruecos y tuvieron que regresar a Nueva York con grandes apuros económicos.

El lugar más bello

Los Bowles, en efecto, tuvieron problemas con las autoridades tangerinas, pero pudieron reanudar su vida en África, el continente al que Paul dedicó libros de no ficción como «Cabezas verdes, manos azules» (1963), «Memorias de un nómada» (1972) y «Diario de Tánger 1987-1989» (1991). Su casa siempre estuvo allí abierta a toda clase de artistas: The Beatles, Sartre, Ian Fleming..., y siempre consideró el Sáhara, como dijo en una entrevista, «el lugar más bello del mundo, precisamente porque no hay nada. El cielo tiene luz, pero no es verdad, no esta allí, sólo está la noche, siempre. Lo que más me impresionó de Tánger cuando vine por primera vez fue que es una ciudad en la que pasaban cosas constantemente y donde la hechicería horadaba sus túneles invisibles en todas direcciones». El mismo cielo que lo protegió y fue testigo de su larga existencia, la misma hechicería que conmemora ahora su posteridad literaria.