Valencia

Tormenta en la tinta

La Prensa se abre en canal, como no hace la clase política, y el imperio Murdoch enseña sus pecados en público. Es como una buena película de cine negro: la Prensa, una mujer pelirroja y un muerto que era alcohólico 

Tormenta en la tinta
Tormenta en la tintalarazon

Resulta deliciosamente decimonónico en el siglo digital que muchas sedes de la Prensa británica se encuentren en la londinense Fleet Street: la calle de la tinta. Contra lo que se supone, los periodistas somos escasamente corporativistas y dados a chanzas sobre nuestro menester: «No le digas a mi madre que trabajo en un periódico; ella cree que soy pianista en un prostíbulo». Sólo la peculiaridad del oficio de contar a los demás lo que pasa permite la tormenta sobre la tinta desatada en News Corp, el gigante mediático de Rupert Murdoch, a cuenta de medios inmorales para obtener información. Otros periodistas fariseos de todo el mundo se rasgan las vestiduras por la osadía de los tabloides en el Reino Unido cuando cometen fechorías parecidas en su propia casa, pero reconforta que el periodismo sea capaz de abrirse en canal y hurgar sus vísceras como ninguna clase política se atrevería a hacerlo.

Todos los elementos del escándalo invitan al morbo: la primera fábrica mundial de información y entretenimiento; Rebekah Brooks, diablesa pelirroja, agresora de un marido, jefa de la división inglesa de News Corp, profesional del arribismo y el encanto; el director de Scotland Yard caído ante policías vendedores de información reservada; un director de «News of the World», semanal de tirada millonaria, reconvertido en jefe de Prensa del primer ministro, Cameron, contrata detectives privados como si fueran redactores de investigación; y masivas escuchas telefónicas ilegales que tanto dan para compulsar un suceso como para organizar un chantaje.

Como guinda del pastel, el reportero que destapó la olla, despedido de su periódico, cocainómano, alcohólico (las tres D del periodista: dipsómano, depresivo y divorciado), aparece misteriosamente muerto en su casa. El poderoso y centenario dominical ha cerrado, más que otra cosa por el boicoteo publicitario, y la compra de la plataforma de televisión BSkyB por Murdoch ha sido congelada por el Parlamento británico. El «premier» David Cameron ha tenido que interrumpir una gira africana para comparecer ante los Comunes y el imperio del octogenario, el 75% del cable, satélite y TV que se ve en el mundo y un monto de 6,2 billones de dólares, con b, ya está en reyerta entre tres esposas y cinco hijos hermanastros, dos de la China kun-fú.

Cuando pase la tormenta será bueno reflexionar sobre los límites del periodismo, que no deben ser otros que los que establezca el juez de guardia, porque la mejor ley de prensa es la que no existe, y la autorregulación es contingente, funciona o no funciona. El caso es que las nuevas tecnologías ponen al alcance de cualquiera la invasión telefónica o informática de la intimidad de los ciudadanos, y esa perversión está siendo utilizada por periodistas de todo el mundo. ¿Es lícito, moral y ético lo que ha hecho otro australiano como Julian Assange difundiendo por Wikileaks documentación reservada de la Agencia de Seguridad Nacional y la CIA?

Periódicos sin Gobierno
Al menos Daniel Elsberg filtró los papeles del Pentágono cuando era analista del mismo, y apechó con su infidelidad. ¿Es lícito, moral y ético pagar por la información o el espectáculo a un delincuente prófugo de la Justicia? ¿Que la constitucional intimidad de las personas quede al albur de lo que pague una televisión para aumentar la audiencia? En el «The Washington Post» ni la editora Katherine Grahan, el director Ben Bradle, o los reporteros Woodward y Berstein espiaron o pagaron a nadie para armar el ejemplar Watergate.

Lutero sabía lo que hacía arrojando un tintero a la cabeza del diablo, que huyó espantado. Carlyle escribió que «la verdadera Iglesia de Inglaterra se halla constituida en estos tiempos por los editores de periódicos, porque ellos son quienes predican al pueblo cada día, cada semana». El presidente Thomas Jefferson vivió un calvario con los periodistas, y permanece su opción prefiriendo periódicos sin Gobierno a Gobierno sin periódicos. Pero pagando el precio cuando toque, como está haciendo el editor australiano-estadounidense.

N.B.- Que se calmen los remamahuevos que traen a colación a Aznar. Murdoch no tiene negocios en España ni los ha querido tener.

EL PERSONAJE DE LA SEMANA: Francisco Camps

Pareciera que en España sólo dimiten los levantinos: Antonio Asunción, ministro de González, por la fuga de Roldán (aunque, en verdad, por los horrores que encontró en Interior); y el presidente valenciano Francisco Camps por un proceso kafkiano que comenzó en nadería y ha terminado en cacería del hombre.

El vicepresidente Chaves puede practicar el nepotismo millonario y bailamos por sevillanas; a José Bono, presidente del Congreso, le regalan un caballo y nadie relincha; y el faisán ya sabemos que es avechucho que no canta. Camps ha caído por una tan presunta como ridícula corrupción de tres trajes y algunas corbatas, lo que hiere el sentido común. No es creíble.

Camps ha sido impelido a las tinieblas exteriores por Mariano Rajoy y la dirección nacional del Partido Popular, que no quieren a uno de sus barones enredado judicialmente en el escenario de unas elecciones generales. Camps ha sido elegido tres veces por mayoría absoluta. ¿Qué pensarán los votantes valencianos de este sacrificio? En el PSOE, reino de taifas en Valencia, cunde la satisfacción.