Barcelona
Qué hacer con la barriga
No es cuestión de estética en la playa. La adiposidad se adhiere a los órganos internos como el bazo, los intestinos y el hígado, desencadena eventos cardiovasculares y provoca daños irreversibles en el organismo
El dibujo del cuerpo cambia con los años, cuando la fuerza de gravedad empieza a asomar y uno se arrepiente de todo lo que ha «malcomido». Los kilos de más que tienden a acumularse con la edad, especialmente cumplidos los 45, lo hacen sobre todo en el área abdominal. Y pese a que hay quienes se sienten ufanos de convivir con una tripa gruesa, deben tener cuidado, porque, en función de la forma puede resultar una bomba de relojería para el organismo.
Según explica Manuel Valenzuela, presidente de la Fundación Española de Aparato Digestivo, «la obesidad central, la que se localiza en el abdomen, es más masculina y afecta a uno de cada cuatro españoles, es decir, aproximadamente un 20 o 25 por ciento».
Aunque no sólo les ocurre a ellos. «Por lo general, la obesidad periférica que afecta a los glúteos, muslos y brazos, tiene una distribución más femenina, pero cuando las mujeres llegan a la menopausia, también engordan más de "tripa", especifica Javier Formiguera, del Hospital Universitario Germans Trías i Pujol (Barcelona) y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo).
Según la forma
Hay barrigas y barrigas. La que es más baja y blanda, ésa que parece moverse al ritmo de nuestros pasos, lo que contiene es una grasa subcutánea, que está bajo la piel. Es la tripa que «hace feo, pero no daño», matiza Formiguera. Sin embargo, si es dura y está más alta, «lo que acumula es grasa visceral, y es metabólicamente más activa que la subcutánea y más peligrosa».
Afecta a los órganos como el bazo, el páncreas, los intestinos y el hígado y puede provocar daños irreversibles en el organismo. De hecho, tal y como comentaron los expertos en el I Congreso Internacional de Obesidad Abdominal celebrado recientemente en Hong Kong, se relaciona con la diabetes tipo 2 y la enfermedad cardiovascular (mayor riesgo de infarto, de sufrir angina de pecho) y también con la hipertensión, entre otros.
No obstante, achacar a las hormonas el peso de «la panza» es un error. En la balanza, gana la herencia. «La forma viene determinada por la genética», aclara Valenzuela, que añade que «hay que fijarse en la del progenitor, porque será la que desarrollará uno mismo después». Y es que, tal y como apunta Formiguera «la genética nos proporciona la capacidad de ser obesos y el tipo de obesidad. Aunque lo que comemos puede modificar ese factor genético».
Se estima que los depósitos de grasa visceral representan el 35, 7 por ciento de la grasa corporal de los hombres obesos y el 17, 3 por ciento de la grasa de las mujeres. ¿Y cómo surge el problema? «El abdomen está "relleno"de adipocitos que se van depositando en el hígado, éste actúa como filtro, «pero si se satura, se produce un aumento de ácidos grasos a las arterias y surgen los problemas cardiovasculares», matiza Valenzuela.
Hígado graso
De las consecuencias, una de las más peligrosas es la esteatosis hepática o hígado graso, el laboratorio central del cuerpo. Desde la Fundación para el Estudio de las Hepatitis Virales, se explica que la enfermedad comienza con la acumulación excesiva de grasa en las células del hígado, a causa de una deficiencia del organismo para procesar el azúcar en sangre.
De esta forma, aumenta la producción de insulina y la cantidad de grasa. Pese a que este trastorno se suele atribuir a un consumo excesivo de alcohol, en realidad ésa es la causa menos frecuente, pues en la mayoría de casos, el responsable es el sobrepeso, el aumento de colesterol (dislipemia) y la diabetes». De hecho, aproximadamente tres millones de españoles tiene exceso de grasa en esta zona por comer mal.
Barriga depresiva
Además de los factores físicos, los psicológicos también repercuten de forma directa en el tamaño del vientre. Investigadores de la Universidad de Alabama (EE UU) han realizado un estudio para saber si las personas deprimidas eran más propensas a tener una mayor circunferencia de cintura y un IMC más alto, y cómo cambiaba esto con el tiempo.
El trabajo se publica en el «American Journal of Public Health» y desvela (basándose en un estudio previo durante 20 años en más de 5.000 hombres y mujeres de mediana edad) que, en un periodo de quince años todos los participantes «que al inicio refirieron niveles altos de depresión aumentaron de peso más rápidamente que los demás del estudio, pero comenzar con sobrepeso no llevó a cambios en la depresión», afirma la coautora del estudio Belinda Needham.
Aunque en la mayoría de ocasiones salta a la vista, para asegurarse de que hay que poner remedio y reducir el tamaño, nada mejor que la clásica prueba de la cinta métrica. «La circunferencia de la cintura está relacionada con la grasa visceral. La medida no debe superar los 88 cm en las mujeres ni los 102 cm en los hombres», explica Formiguera, que advierte de que «es más importante perder cintura que perder kilos». Para ello, es imprescindible hacer ejercicio. Pero no es necesario morir en el intento.
No existen los milagros y hacer series de abdominales sin parar no lleva a ningún sitio, porque mejoran el tono muscular, pero esos músculos están cubiertos de grasa que hay que eliminar con una buena dieta. Lo mejor es ejercitar otras zonas del cuerpo porque así se aumenta el metabolismo basal y se gasta más a lo largo del día. Lo mejor, caminar entre 30 y 45 minutos diarios.
Para ellas, investigadores de la Universidad del Colegio Médico de Harvard, en Boston (Estados Unidos), aseguran que montar en bicicleta y caminar a paso ligero está asociado con un menor aumento de peso entre las pre-menopáusicas, sobre todo en aquellas con sobrepeso u obesidad. Los resultados del estudio se publican en el «Journal of the American Medical Association» (JAMA).
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