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Amor y cartones

La Razón
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Es difícil relacionarse con las personas y abrigar la pretensión de permanecer indemne, sin que se te contagien sus virtudes o te afecten sus defectos. Cada vez que alguien me pone el ejemplo de una pareja duradera y me dice que aún les une el amor, me cuesta creerle. Yo le digo que lo que une a esas personas no es el amor, como se pretende, sino la costumbre, la necesidad o las deudas. Incluso a veces lo que les mantiene juntos es simplemente que comparten el tratamiento médico y el uno le recuerda al otro la hora de tomarse el «sintrón». En el peor de los casos puede ocurrir lo que le sucedía a una pareja de ancianos a la que conocí. Como eran sensatos, no les importaba reconocer que si a pesar de las insoportables rarezas de cada uno seguían juntos, no era por amor, ni por costumbre, tampoco por deudas, sino porque sabían que uno de los dos tendría que avisar a la funeraria en el caso de que falleciese el otro. La alternativa sería morir a solas y confiar en que del óbito se enterase el portero cuando bajase las escaleras el apestoso olor del cadáver. También es cierto que, aunque crea fricciones, la miseria une mucho, como lo demuestran esas parejas callejeras que permanecen juntas hasta que una noche entre los cartones uno de ellos descubre que al otro ya no le huele mal la boca y ha dejado de dar calor. No se aman, pero se necesitan, igual que se necesitan los lobos, que no viven en manadas porque se adoren los unos a los otros, sino para asegurarse la caza. No es casual que muchas mujeres les reprochen a sus maridos la desgracia de no haberse unido a un hombre que al menos tuviese en enero los pies calientes. ¿Y por qué se degrada el amor?¿A que se debe que se esfume? ¿Cómo es posible que en muchos hogares la felicidad conyugal dure menos que la lavadora con la que meses antes estrenaron el piso? Para contestar a esa pregunta habría que definir qué es el amor y eso daría lugar a la polémica entre quienes creen que se trata de una noble conquista del alma y aquellos otros que tienen la idea de que el amor es algo que cunde con el desconocimiento del otro y deja de existir por culpa de la convivencia en la que se empeñaron. Al final resulta que incluso a las hermosas flores que aún a veces te regala tu pareja, les huelen mal los pies. Es algo que suele ocurrir, una circunstancia que se repite por culpa de la rutina de convivir. Por eso siempre he creído que el tercer matrimonio de un hombre sólo es la segunda vez que le sale mal el primero.