Ámsterdam
Antropoceno por Ramón TAMAMES
En 2011 llegaremos a 7.000 millones de habitantes en la Tierra y, aunque somos tantos, se ha calculado que de la masa planetaria tocamos nada menos que a un billón de toneladas por cabeza. Debiendo anotarse que el crecimiento humano hasta el indicado nivel, proviene de la fuerte aceleración que significó pasar de 1.000 a 7.000 millones de personas en dos siglos. Un periodo muy corto de tiempo, si se compara la edad de la Tierra —de 4.500 millones de años—, con el tiempo que nuestra especie lleva de evolución desde el Australopitecus; apenas un millón de lustros.
Por lo demás, está claro que en los últimos tiempos la relación hombre/Tierra está ganando en velocidad, tanto por la aludida explosión demográfica como por las técnicas cada vez más potentes de que se dispone. Hasta el punto de que el efecto antrópico en las transformaciones planetarias alcanza dimensiones antes inimaginables. Así lo ejemplifica «The Economist» (28.V.2011), al poner de relieve que en una sola explotación de esquistos petroleros a cielo abierto en la provincia de Athabasca, en Canadá, van a moverse 30.000 millones de toneladas de tierra; dos veces el peso de los sedimentos que fluyen por todos los ríos de la Tierra al mar año a año. Vivimos, pues, en el Antropoceno, el nuevo periodo geológico de la acción del hombre sobre nuestro mundo. Una denominación introducida por Paul J. Crutzen (Amsterdam, 1993), Premio Nobel de Química de 1995, y que actualmente es director de División en el Instituto Max-Planck, en Maguncia, Alemania. Su idea de esa nueva etapa de la vida del Planeta Azul, ya ha llegado a la Comisión Internacional de Estratigrafía —que fija convencionalmente los periodos y subperiodos de edad del planeta—, que aceptará el nuevo segmento filogénico; que varios Premios Nobel, así como la Academia Pontificia de Ciencias, y numerosas publicaciones, utilizan ya profusamente. Deben saberlo: vivimos todos en el Antropoceno.
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