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Por fin un éxito
Muti pone en pie al Real, que le dedica casi diez minutos de aplausos
«I due Figaro»
De Saverio Mercadante. Solistas: S.P Director: Riccardo Muti. Director de escena: Emilio Sagi. 25-III-2012. Teatro Real, Madrid.
En 1825, Saverio Mercadante (1795-1870) escribió para el Teatro Príncipe de Madrid «I due Figaro», obra inspirada tanto en «Las bodas de Fígaro» de Mozart, de 1786, como en «El barbero de Sevilla» de Rossini, de 1816. El estreno se pospuso hasta 1835, cuando Mercadante ya no vivía en España, aunque el país y su folklore le fascinaban. El compositor cita a Mozart –el Fandango de «las Bodas»– a poco de empezar su ópera, aunque Rossini es su principal modelo.
Su música no está a la altura genial de las obras anteriores, pero es excelente en conjunto, y más que justificada resulta la resurrección de esta página de la mano del director Riccardo Muti y de dos notables musicólogos, Paolo Cascio y Víctor Sánchez Sánchez, autores también de estupendos artículos para el libro-programa del Teatro Real, que ha recuperado en la puesta en escena a Emilio Sagi y ha contado con dos conjuntos foráneos, el coro Philharmonia de Viena –muy bueno, pero no superior al Coro Intermezzo, titular del teatro– y una orquesta juvenil italiana, creada por el propio Muti en 2004, la «Luigi Cherubini».
La escenografía de Sagi es, sencillamente, bellísima. He escrito «bellísima». Este superlativo, aplicado a una puesta en escena, y más del Teatro Real de la última época, es casi una quimera. Pero no, era auténtico, verídico. Sagi ya había montado en 2009, por encargo de Antonio Moral, precisamente «Las bodas de Fígaro», en espléndida producción recuperada por el teatro en el pasado 2011 (el mayor éxito de la pasada campaña, se agotaron las localidades).
Buratto, la gran triunfadora
Pues bien, el «regisseur» ovetense volvió a crear una atmósfera mágica, a ratos costumbrista, siempre hermosa en sus encuadres, sin necesidad de alterar época de la acción o circunstancias de los personajes, en la que los cantantes-actores se mueven con comodidad y frescura. En el fallido estreno de 1826, la cantante que debía personificar a «Susanna», Letizia Cortesi, se rebeló contra lo que entendía era desdén de su personaje en favor de la contralto que encarnaba a «Cherubino». Pero en el Real, la «Susanna» de ahora, Eleonora Buratto, demostró cuán pobre era el juicio de su predecesora, porque se merendó a todo el reparto y fue la gran triunfadora canora de la noche.
Queda, acaso, lo más importante: la dirección musical, soberbia, impagable, de Riccardo Muti. Y de nuevo surge la comparación: frente a la tanda de ciertos segundones impresentables que toman al asalto el foso del Real, Muti fue el viaje a la Arcadia, el reencuentro con ese sueño imposible del maestro que todo gobierna y rige con autoridad sin rigidez y con elegancia sin afectación. Muti, como Karajan, como Solti, como Abbado, es no sólo uno de los grandes directores de su tiempo, también un fabuloso, magnetizador artista de la ópera, cuyos únicos referentes o colegas a ese nivel pueden ser Gergiev o Levine. Su actuación provocó delirio en la sala: no era para menos.
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