España
Nein por José María Marco
El «nein» de Angela Merkel a los eurobonos, o bonos de estabilidad, como se les llama ahora, no habrá sorprendido a nadie. Para quien atribuye la posición a una pura cuestión electoral alemana, Angela Merkel también ha dejado claro que la Unión Europea depende del euro, y que las dos cuestiones, la política y la económica, están ligadas una a otra. La canciller alemana va por tanto más allá del debate interno alemán para insistir en que la salvación de la Unión Europea y la de la eurozona no pueden venir del aumento indefinido del endeudamiento de los gobiernos. Aunque la Unión sea un conjunto de instituciones distinto de los países miembros, el dinero que maneja es el de los países que la forman y la deuda que adquiriría de ponerse en marcha los eurobonos tendría que ser pagada por esos mismos países miembros. No vale la pena hacerse trampas en el solitario. Atribuirle la deuda a la Unión Europea es atribuírnosla a nosotros mismos… a menos, claro está, que se quiera que los alemanes asuman todo el coste. Habiéndose cerrado el círculo, se entiende bien la rotundidad del no de Angela Merkel.
Los países europeos, por otra parte, tampoco han tenido un gran éxito a la hora de ir a pedir dinero al Gobierno chino. Hace poco tiempo, Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, subrayaba lo humillante que resulta el hecho de que países con 30.000 dólares de PIB per cápita acudan a pedir prestado a quienes no disponen de más de 3.000. A los chinos, como a Angela Merkel, se les podrá reprochar muchas cosas, pero resulta fácil de comprender que no estén por la labor de costear un bienestar que las economías europeas no pueden sufragar por su cuenta. Los países europeos, humillados después de la cumbre de Cannes, no podrán ya seguir engañándose a sí mismos. Sus gobiernos no pueden gastar el dinero que no tienen y recurrir a la deuda, por muy «soberana» que se llame, para pagar el gasto corriente, que es lo que están haciendo ahora mismo.
Europa se ha convertido en los últimos años en un escenario para el lujo. Producimos mercancías y servicios caros, que nadie –ni nosotros mismos– quiere comprar ni adquirir. Contratar a un trabajador resulta prohibitivo, y no por el sueldo, que va a ser cada día más bajo, sino por los gastos que la contratación lleva aparejados. Los servicios públicos, en particular en España, rivalizan en abundancia y esplendidez, que todo el mundo sabe que no se va a poder pagar. También hemos creado un sistema de seguros infinitamente oneroso, en la convicción de que podemos prevenir cualquier riesgo. Así hemos llegado a materializar el peor de los riesgos posibles, como es el colapso de la actividad económica, incapaz de aguantar el peso del sistema. Nadie nos va a sacar de ésta si no somos capaces de salir por nuestra cuenta.
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