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Cultura y turismo por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
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Resulta hasta cierto punto lógico que, en un contexto presupuestario tan restrictivo en el que lo prioritario es mantener la red de primeras necesidades, las partidas de los departamentos culturales sean de las más perjudicadas. Pero digo «hasta cierto punto» porque el pragmatismo que hay que suministrar a las políticas actuales no nos puede llevar a perder cierta capacidad de análisis fino, necesaria si no queremos cometer errores de bulto. Desde este punto de vista, resultaría una contradicción apostar por el turismo como motor de recuperación, mientras que, por otro lado, cerramos espacios culturales y dejamos en los huesos programaciones que se habían revelado como referenciales y con capacidad de atracción más que sobrada.
Consumir experiencias

Para comprender el meollo de esta contradicción basta realizar un doble ejercicio de realismo: en primer lugar, alcanzar a ver que el turismo se explica por la necesidad de los individuos de consumir experiencias y que, en una gran parte de los casos, estas experiencias tienen que ver con la cultura; y, en segundo, que la cultura no es solamente un alimento del espíritu, sino una industria con letras mayúsculas que representa el 3% del PIB nacional. Antes de priorizar recortes y de tirar de lugares comunes, detengámonos a mirar la realidad cultural de este prisma más prosaico, aunque totalmente significativo. España es una de las grandes potencias culturales del mundo. Un tanto por ciento muy elevado de los turistas que nos visitan vienen seducidos por el amplísimo catálogo de atractivos de este tipo. Si descuidamos una fuente de riqueza como ésta, considerando que se trata de un bien de lujo o de un intangible del que se puede prescindir en tiempos de urgencia, estaremos minando las posibilidades de un sector que indirectamente constituye uno de los pilares de nuestra economía. Modulemos, pues, el necesario pragmatismo con la inteligencia y la visión de futuro.