Barcelona
Una fiesta nacional
Muchos observadores de la vida catalana dicen, y no hay razón para no creerlos, que las corridas de toros estaban extinguiéndose en aquel país. Así lo confirma el aforo, apenas terciado, de la reciente corrida reivindicativa celebrada en La Monumental. Aceptada esta hipótesis, cabe preguntarse por qué los nacionalistas han forzado un proceso que estaba llegando, por sí solo, a su final.
Hay una primera explicación, y es un brote súbito e irresistible de sensibilidad. La empatía hacia los pobres toros era tal que a no más tardar había que darle la puntilla –es la última metáfora que me permitiré– a un festejo tan cruel. Esta hipótesis queda descartada porque los catalanes siguen practicando la tortura animal, en formas aún más bárbaras que las corridas, sin que el «Parlament» haya intervenido para impedirlas. De haber ido todo en el mismo paquete, los «correbous», las corridas y cualquier otra forma de violencia contra los animales, la polémica habría quedado desactivada sin apelación posible.
Otra posibilidad es que la corrida haya sido elegida por el nacionalismo como forma de movilizar y aunar voluntades. El nacionalismo requiere, al menos de tiempo en tiempo, algún enemigo exterior. España, la verdad, ya no es lo que fue, y ni el Tribunal Constitucional, ni siquiera el PP sirven como reencarnación de Espartero, que bombardeó Barcelona, o del pobre Azaña, que, recordando a su progresista antecesor, se permitió decir que era una ley de la historia de España que había que bombardear Barcelona cada cincuenta años. Hoy en día la gente no da tanta importancia a lo que ocurra en Cataluña, o sea que había que escoger un símbolo que pudiera suscitar reacciones, a ser posible viscerales. Ninguno mejor que los toros, la «fiesta nacional».
Aunque las respuestas han resultado sumamente pausadas y elaboradas, ha bastado con ellas para unir al nacionalismo contra «Madrit»… en lo que ha sido una fiesta nacional auténtica. Y como el nacionalismo parece estar cada vez más fragmentado y las perspectivas electorales de parte del nacionalismo no son demasiado halagüeñas, los toros eran la coartada perfecta, sumamente mediática además, para escenificar la unidad y los valores de la nación catalana y los de quienes dicen representarla en exclusiva, que son los nacionalistas. (–¿Cuáles? –Hombre, los que están contra los toros –¿Sabía usted que Ernest Renan, un gran escritor francés del siglo XIX, aconsejaba no investigar demasiado en el origen de las naciones porque siempre se encuentra sangre, demasiada sangre? –Ya, la de los «correbous», la nuestra.)
La última hipótesis es la más obvia: el «Parlament» ha acabado con un símbolo nacional español. (España no es una nación, pero tiene símbolos nacionales. Es curioso.) Lo interesante en este caso son las consecuencias, y aquí todo el mundo las entiende. Según la votación del «Parlament», los catalanes no son españoles. Todo un desafío para esa nueva España, la nación de naciones o la España postnacional con la que sueñan en el PSOE. El PSOE de Rodríguez Zapatero y de Felipe González. De ambos.
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