Murcia

OPINIÓN: Cara o cruz

La Razón
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Todos hemos jugado alguna vez a cara o cruz, y, como rito solemne de apertura de un encuentro deportivo, vemos lanzar la moneda al aire para sortear qué equipo elige campo. A Jesús le interrogan -no sin mala fe- sobre la licitud de pagar los impuestos. Bastaba una sola palabra inoportuna en aquel turbulento ambiente judío para provocar la ira del pueblo o la dura represión romana. «¿De quién es ésta imagen?»… pues «dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». Los oyentes se admiraron de la respuesta quizás porque no la entendieron; de haberla entendido se habrían percatado de que iba tanto contra los judíos, que regulaban la política con la religión haciendo de Dios un césar, como contra los romanos, que regulaban la religión con la política haciendo del César un dios.
La presencia de la moneda demuestra por sí sola que tiene validez el dominio de aquel cuya imagen lleva grabada: el dinero pertenece al César, al poder. ¿Quién no busca el dinero y el poder que lleva anejo? ¡Que se atreva y levante el dedo! Pero el dinero no tiene sólo la cara del poder y el brillo del tener. Tras la cara está el reverso: detrás del dinero está la cruz, el cúmulo de sufrimientos que genera su idolatría. Y nadie representa mejor ese sufrimiento que «el Crucificado».
En el reino del César cuenta el dinero; en el Reino de Dios la redención del hombre: «Dad a Dios lo que es de Dios». En el imperio se jugaba dramáticamente a cara o cruz la vida de los creyentes. Proclamar que «el César es Señor» otorgaba respeto social; proclamar que «sólo Cristo es Señor» llevaba a las fieras. Frente a quienes no veían más salvación que la procedente del César y del dinero, surgía otra civilización que liberaba, y que venía de un Dios que se había hecho hermano de los hombres hasta el absurdo de la cruz.
¡Qué absurda –o quizás, más bien interesada- batalla laicidad versus laicismo! El laicismo es una opción totalitaria, la laicidad es liberadora. Sabias las palabras las del Papa Benedicto XVI en al avión que le llevaba a la «laica» Francia hace tres años: «La laicidad no está en contradicción con la fe. Diría incluso que es un fruto de la fe, pues la fe cristiana era, desde el inicio, una religión universal; no se identificaba con un Estado y estaba presente en todos los Estados. Para los cristianos siempre estaba claro que la religión y la fe no eran políticas, sino que formaban parte de otra esfera de la vida humana...».
Aún sin ser del mundo, los creyentes viven en el mundo, usan sus servicios y han de pagar honradamente sus impuestos; pero ciudadanos al mismo tiempo del Reino de Dios, cuando el César se diviniza y se erige en señor absoluto que no sirve sino que domina al hombre, estalla el conflicto entre Cristo y el César. ¿Será necesario traducir lo dicho a la realidad de hoy, Octubre de 2011, o «blanco y en botella… leche?»

Luis Emilio Pascual
Capellán de la UCAM