Londres
Libiay Siria
Mientras la guerra continúa sobre el terreno, las potencias preparan ya las líneas maestras de la era posgadafista en Libia. La trágica lección de Irak ha acelerado los preparativos para que el presumible desmoronamiento del dictador dé paso a un escenario planificado. Los representantes de unos 40 países y cinco organizaciones internacionales participaron ayer en la conferencia de Londres sobre Libia con el propósito de favorecer una salida política a la actual guerra. Más allá de otras conclusiones tangenciales, hubo consenso en la necesidad de mantener la acción militar hasta que Gadafi deje de atacar a civiles y retire a sus tropas, y también apoyo a la mediación de la ONU entre el régimen y los rebeldes sobre un proceso de transición democrática. El éxito o el fracaso de estas intenciones dependerá de los progresos militares de los sublevados y de hasta qué punto la coalición internacional mantenga el operativo con las limitaciones propias de la resolución de Naciones Unidas o vaya más allá si los sublevados se muestran incapaces de quebrantar la resistencia del dictador. En cualquier caso, el desenlace se presiente complejo y dramático porque los aliados apostaron por una intervención con condicionantes suficientes como para no ser definitiva, entre ellos la no presencia de tropas terrestres. Malo era pasarse, pero también no llegar. El enrocamiento del régimen ante el probable equilibrio de fuerzas podría enquistar un conflicto con incierto epílogo y dificultades para los países participantes. Mientras el foco internacional se sitúa en Libia, los aliados se mantienen ciegos y sordos ante los sucesos de Siria, país clave en una región cuya estabilidad está cogida con alfileres. El guión sirio parece en el origen igual que el de las revueltas sociales en Túnez y Egipto, pero en su desarrollo resulta evidente que Bashar el Asad no está dispuesto a correr la suerte de Ben alí o Mubarak y lo ha demostrado con una brutal represión que ha dejado ya más de 70 muertos, aunque ayer, también en buena medida a semejanza de los otros autócratas de la región con problemas, forzó el relevo del Gobierno, al tiempo que amagó con «anuncios importantes» para el país. La desatención internacional con Siria es imprudente e irresponsable. Ni el régimen de Damasco, ni su historia ni su ubicación geográfica animan a la tranquilidad. Siria no es Túnez ni Egipto ni Yemen ni Bahrein. Hablamos de un país muy hostil con Israel, distante y frío con occidente y que cobija grupos terroristas islamistas. Y de un dictador, heredero del brutal Hafez al Assad, que llegó al poder con la imagen de un tecnócrata reformista y se ha revelado tan duro como su padre. Todo ello sustentado en una estructura férrea de poder controlada por la familia presidencial, que alcanza al Ejército y al temible partido Baaz. No se puede olvidar que Siria es un país técnicamente en guerra con Israel. La creciente inquietud del Estado hebreo por el devenir sirio debería ser también la de las potencias occidentales, que están obligadas a estar en alerta y prevenidas ante un eventual deterioro del delicado equilibrio de una región geoestratégicamente trascendente.
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