Historia

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El «oscuro pasado» de Letizia

La Razón
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Releo los titulares de la Prensa y me encuentro con el anuncio de la publicación de un libro sobre «el oscuro pasado» de la Princesa Letizia. Mucho me temo que si la obra verdaderamente lo relata su extensión será más breve que una hoja parroquial. Hace años, fui invitado a una comida con Shimón Peres junto a una docena de periodistas y a Letizia Ortiz, a la sazón en una cadena privada de televisión, le encargaron, casi cámara al hombro, que entrevistara al político israelí. Peres llegó tarde y Letizia y yo nos pusimos a charlar para entretener la espera. Me pareció una muchacha más preparada que la media y entregada a su trabajo con un innegable perfeccionismo. De aquella coincidencia derivó algún escaso contacto ulterior en que me presentó al que entonces era su esposo, a sus hermanas y creo recordar que a su madre. Nunca me dio la impresión de que se comportara «oscuramente». Por el contrario, era una muchacha normal que buscaba compatibilizar su carrera con su vida doméstica y que, como tantas muchachas normales de la España de hoy, no lo consiguió. Recuerdo que hablamos en un par de ocasiones de ese tema y jamás le escuché una mala palabra sobre su marido ni percibí ese resentimiento tan típico en algunas féminas que, a partir de ese momento, llegan a la conclusión de que todos los hombres son unos canallas. En los años siguientes, contemplé de lejos cómo iba siendo cada vez más valorada en su profesión, algo que sólo puedo atribuir a un esfuerzo tenso y continuo y, estando en Zaragoza, me enteré de que era la novia del Príncipe, noticia, por cierto, que confirmó una cadena de televisión apenas unas horas después. Me sonroja recordar las cosas que tuve que leer ya en esa época sobre ella. Un majadero que presume, como todos los fariseos, de piadoso se dedicó a compararla con Aspasia demostrando que era un ignorante en Historia –creía que Aspasia era una vulgar prostituta– y además un villano malintencionado. Eso en la extrema derecha porque en la extrema izquierda se frotaban las manos pensando en que a la monarquía le quedaban dos telediarios. Este verano, he contemplado con estupor la continuación de aquellas insidias que abarcan desde una extrema derecha que pretende la sustitución del Príncipe por la infanta Elena porque Letizia es una divorciada (Elena, al parecer, constituye un feliz ejemplo de armonía conyugal, lo que yo ignoraba) a una izquierda que considera que tras la muerte de Juan Carlos I vendrán la Tercera república y el Frente popular. Soy republicano por convicción desde mi infancia, pero pocas cosas me parecen menos prudentes en el momento actual que cuestionar la monarquía y hacerlo además atacando a Letizia me parece una perversa bajeza. Es la propia de aquellos que desearían arrastrarnos al soviet, al estado disparatado y cerril del carlismo o al nacional-sindicalismo, tres cosmovisiones sectarias que han tenido la propiedad de hundir a España en la sangre y el atraso a lo largo de los siglos. Son esa sangre y ese atraso los que no deseo para España ni siquiera como escarmiento y los que me resultan especialmente repugnantes si su preludio consiste en infamar a una mujer cuyo mayor pecado es proceder del pueblo y esforzarse por cumplir con su deber.