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El sueño y el hambre

La Razón
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Vivo lejos de la madrileña Puerta de Sol y reconozco que la pereza de desplazarme me puede con seguridad más que la tentación de hacerlo, pero también yo estoy indignado, como toda esa gente que proclama la repugnancia que les produce la vida política española. Hay dudas de que se trate de una manifestación espontánea de la ciudadanía harta y asqueada, lo que para algunos ortodoxos de la irrespirable vida pública supondría un lastre ético y motivo sobrado para la descalificación automática de una reacción ciudadana que probablemente rechazan por temor a las consecuencias morales de comprenderla. Yo desconozco si hay una mano que mueva a toda esa gente con oscuras y aviesas intenciones y la verdad es que no me importa mucho ignorarlo. Si de lo que se trata es de limpiar de mugre la vida pública de mi país, me trae sin cuidado de quien sea la mano que mueve la escoba. Puede que en esa riada humana que proclama la necesidad de sanear la política española se haya colado con intereses inconfesables cierta basura ideológica, pero tampoco eso me preocupa demasiado porque desde la noche de los tiempos es sabido que cuando descarga la tormenta y la lluvia altera su cauce, incluso en los ríos más limpios la corriente arrastra sin remedio cierta cantidad de mierda. Yo me pregunto a quién puede molestar que toda esa gente proclame su asco y pida un cambio drástico en la higiene de la vida pública española. También me gustaría saber si la juventud de una parte de esos manifestantes es motivo suficiente para descalificar sus aspiraciones, como si no fuese cierto que la Historia está sobrada de formidables destellos de euforia casi juvenil en los que el instinto pudo por fin más que la razón, probablemente porque es en los momentos de indignación incontenible cuando el pueblo llano se siente capaz de convertir en imaginación la furia, y la resignación, en talento. La verdad es que este levantamiento civil no me sorprende por lo repentino que surge, sino por lo tardío que aparece. Por mi parte, bienvenido sea. Los políticos de este país tendrán que darse cuenta de que a veces el pueblo llano se cansa cuando lleva demasiado tiempo sentado. Puede que en esta ocasión cierto caos terapéutico sea la solución que nos libere de la modorra causada por el odioso e interesado orden de los oligarcas. Nadie detendrá jamás a quien en realidad no lucha sólo movido por un sueño, sino desvelado por el hambre.