Crítica de cine
Llave equivocada
En los momentos más difíciles de sus vidas, cuando las situaciones son insoportables, las personas se procuran escapes de todo tipo con tal de evadir la realidad y sobreponerse a ella. En esa clase de huida tienen su origen muchos vicios y algunas determinaciones fatales, incluida la trágica e irreversible decisión del suicidio. He conocido a muchos hombres destruidos por haber echado mano de recursos que supusieron en sus vidas una tragedia mayor que la que pretendían encubrir. Puede ocurrir también que la evasión se lleve a cabo por conductos más amables y que la huida de un problema no sólo no desemboque en un problema nuevo, y acaso peor, sino en una conquista emocional hermosa e inesperada, como sucede cuando en el camino de la angustia de repente irrumpe la tentación del arte o se interpone la literatura. Muchos artistas realizaron sus mejores hallazgos creativos mientras trataban de evadirse de algún problema real que consideraron insuperable. En mi caso no me importa reconocer que la ficción me ha servido a menudo de escapatoria, aunque es cierto que la recreación del mundo imaginario del Savoy, por ejemplo, además de ser una consecuencia de mi manera de evadirme, fue también el resultado de una afición casi patológica a la vida nocturna, acaso también una perversión de la ginebra. Hasta podría decir que mis problemas personales más agudos, incluidos los insuperables, me sobrevinieron precisamente por mi determinación muy temprana de convencerme de que la realidad sólo era una malformación poco inteligente de la fantasía, de modo que lo peor de que dedicase tantas horas a la imaginación no era el riesgo evidente de que perdiese el tiempo, sino la circunstancia habitual de que al final de la noche fuese real e inapelable la abultada factura del barman. A cambio de perderme cosas reales que sin duda habrían sido maravillosas, me conformo con haber hecho unos cuantos hallazgos imaginarios que, además de formar parte de mi trabajo, en cierto modo son también elementos notables e irrenunciables de mi biografía. Al final la vida se nos echa encima con sus dimensiones reales, sí, también eso es cierto. Llega entonces el momento de la indecisión entre seguir en el mundo de lo imaginario o darse de bruces contra la cruda realidad. A mí eso me ha ocurrido unas cuantas veces. Y aunque no tengo una receta para esos casos, la verdad es que casi siempre he resuelto a favor de la fantasía, seguramente porque en mi cabeza siempre consigo que al volver tarde a casa me espere despierta una de esas fantásticas mujeres del cine que un hombre sólo puede conocer gracias a haber abierto su puerta con la llave equivocada.
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