Kiev
El diarioestadio
El penalti de Ramos; por Javier Ares
En el penalti transformado por Sergio Ramos había mucho de lo que ha llevado a España a disputar la final de la Eurocopa. Ramos no lo lanzó así en un gesto de prepotencia o menosprecio, sino desde la seguridad de que lo iba a meter, desde la convicción de que tenía una cuenta con el pasado, y desde el orgullo de quien quiere demostrar su gran calidad técnica, puesta en entredicho por aquella «transformación» rugbística que dejó al Madrid sin la final de la Liga de Campeones. Hablamos a menudo de la «lotería» de los penaltis cuando, las más de las veces, reflejan el estado de ánimo de los futbolistas. Y también su calidad. Nadie puede dudar de la de Ronaldo, pero si dejó –porque tiene más peso en su selección que Cesc en la nuestra– que su lanzamiento fuera el último, bien consciente era de que le podía ocurrir lo que le sucedió.
Se comprobó que el problema no era el falso nueve, como se había visto ante Francia, y que tampoco era el doble pivote. España no está jugando bien en este campeonato porque su gobernador, Xavi, no está a su nivel, y porque nos falta el Villa que las enchufe. Esa es la diferencia con el equipo que ganó el Mundial con idénticos padecimientos. Pero desde la catarsis de 2008 en Viena, la Selección es otra: segura, serena y confiada. Como el carácter de su seleccionador e instructor. Es probable que con esto no alcance para revalidar el título, pero ha bastado para disputarlo.
A la final, de penalti; por Javier Ruiz Taboada
Gol, lo que se dice gol, no parece que España tenga mucho. La Selección está poniendo, eso sí, sobre el césped de esos campos de Polonia y Ucrania, aquello que se mal decía de las tres bes: «Boluntad, balor y buebos».
No cabe duda de que «La Roja» retiene lo que tuvo y es lo que tiene; un control absoluto del balón, de los partidos y unos jugadores elegidos para la historia y la histeria colectiva por un seleccionador que acierta incluso cuando rectifica. Pero gol, lo que se dice gol, anda con lo justo para pasar de fase.
Y aún así, tacita a tacita, se ha metido en la final del domingo en Kiev por méritos propios, al margen de aspersores, de baños turcos, del bacalao a la portuguesa y de saber contar hasta once sin tener que pasar por el nueve.
A pesar del calor, estos días no hay más acera que la que arde, nadie quiere que le echen un jarro de agua fría. Bastante hielo se masca ya con las distintas congelaciones. La gente ha vuelto a revivir la euforia del Mundial y quiere más, lo quiere todo, necesita un clavo al que agarrarse aunque esté ardiendo, para pensar, siquiera por unas horas, que no todo está perdido. El fútbol no nos va a sacar de la crisis, ni va a lograr que la prima de riesgo entre en razón, pero sí puede despertar la admiración de una Europa que también anhelaba alcanzar una meta tan insignificante.
Esperemos que el próximo lunes sea sólo un lunes al gol.
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