Marbella
La leyenda del beso
Primero fue la llegada de Michelle Obama: todos locos (España está de moda, hemos sido los elegidos, Marbella recupera su esplendor) y la otra mitad disconforme (¡qué dispendio en tiempos crisis! ¡Y deja solo al marido en pleno cumpleaños!) Luego llegó Clegg a Medina del Campo y todos encantados (éso es austeridad en tiempos difíciles, ¡a comer la tortilla de la suegra, que es lo bueno!) Y nadie se para a pensar que todos tenemos nuestras preferencias y la Obama ha preferido sol y mar, escenario bonito; mientras Clegg prefiere el atractivo de lo rústico. Pero ése es un tema ya agotado, espero, y en este ferragosto, lo que priva es la foto del beso principesco. A todos nos gusta saber que la gente se quiere, que la gente se mima, que a la gente le va bien; pero las demostraciones públicas de cariño sobran, no sé, aunque la mencionada foto fue tomada en un momento en que los protagonistas suponían que nadie los estaba viendo; de ahí que muchos estrechos de mente como yo misma, disculpemos el desliz en dos personas en que la discreción se les supone, como el valor en la Legión, y, sobre todo y por encima de todo, que es algo que se les imbuye al uno desde la cuna y a la otra desde que decidió emparejarse con alguien que tiene a sus espaldas responsabilidades de Estado, que no es una broma. Por eso muchos hemos visto con malos ojos la pública salida de pata de banco cuando se lamentaba que las suyas ni eran vacaciones ni eran nada. Eso se piensa antes. A todos nos toca apechugar con algo y no nos quejamos porque nos han dicho, de pequeños, que quejarse es una ordinariez , y vemos con malos ojos que una royal lo haga. Al fin y al cabo, son un referente.
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