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La sucesión de «Vogue»: la reina destronada

En el planeta de la moda, Anna Wintour es la reina, genial y fría. La francesa Carine Roitfled ha osado hacerle sombra y de momento ha dejado «Vogue» Francia. Una guerra en la que no se da puntada sin hilo

Carine Roitfled es ella misma una marca que competía con «Vogue»; a la derecha, Anna Wintour
Carine Roitfled es ella misma una marca que competía con «Vogue»; a la derecha, Anna Wintourlarazon

Un maremoto ha sacudido las siempre agitadas aguas del microcosmos de la moda. Tras una década siendo el oráculo de las tendencias a este lado del Atlántico, Carine Roitfled, abandona el barco. «Vogue Paris» se queda sin su guía espiritual. Un simple relevo si no fuera porque la que hasta ahora ha conducido los designios de la llamada «Biblia» de la moda en su versión gala puede presumir de ser, según la revista «Time», una de las cien personalidades más influyentes del mundo, codeándose con el presidente Obama, el modisto Karl Lagefeld o la birmana Aung San Suu Kyi.

Para los profanos en la materia, a ella y a su amigo, el diseñador estadounidense Tom Ford, se le debe el «porno chic» que ha venido inundando desde finales de los noventa, con mayor o menor gusto, pasarelas y reportajes en papel couché. Modelos extra-delgadas, de feminidad algo andrógina y sexualidad agresiva. Ésa es la huella más significativa, por no llamarlo legado, que ha dejado en diez años como redactora-jefe de esta publicación de referencia. Amén de que en este tiempo ha conseguido, si no resucitar, al menos sacudirle el polvo a una revista estancada en un cierto convencionalismo y que tras su paso no sólo ha visto engrosar en un 20 por ciento los ingresos publicitarios sino también aumentar considerablemente su tirada.

Roitfeld, que dejará su puesto en unas semanas, ha colocado el listón alto. Todavía no se conoce quién tomará el timón, pero el nombre del sucesor(a), sin ser cuestión baladí, puede esperar. Por el momento, es tiempo de marejada, rumor de olas y mucha espuma. En definitiva, de conjeturas. Las razones argüidas para justificar su abdicación del poderoso trono que ostentaba no terminan de ser todo lo convincentes que sería necesario para acallar las habladurías y evitar los conciliábulos de un planeta «fashion» en el que la renuncia a tal cuota de influencia para dedicarse «a sus proyectos personales» ha causado tanta perplejidad como recelos y suspicacias. Principalmente porque según lo que habría confesado a una periodista del diario «The New York Times», tales «proyectos», de momento, no existirían. Y la interesada, menos pródiga en entrevistas que hace un tiempo, no sale de su mutismo. Como si la decisión que voluntariamente ha tomado fuera, después de todo, dolorosa y, además, no quisiera comentar las lacónicas y tibias declaraciones de su jerarquía, la alta dirección del grupo editorial Condé Nast, que asegura echará de menos a la transgresora e irreverente «CR» porque «ha marcado la historia de Vogue París gracias a su increíble talento de estilista y redactora editorial».

En cualquier caso, tras su salida de «Vogue» muchos respiran aliviados, como si se lamentaran de que esta ocasión no hubiera llegado años antes. Hastiados de tantas páginas de provocación. Muchas veces, gratuita.


Aquí no se jubila nadie
Con su abandono parecen esfumarse también las aspiraciones a convertirse en el máximo gurú de la moda. Es la próxima Anna Wintour a las riendas del «Vogue» estadounidense, suponiendo que la anglosajona se decida a ceder el puesto que ocupa y ejerce con mano de hierro desde 1988. Entre ambas, más que simpatías, es animosidad lo que se profesan según los mentideros y de hecho raras son las instantáneas en donde aparecen juntas. Tampoco comparten la primera fila de los desfiles. Su guerra es larvada y fría. Parapetadas tras sus opacas gafas de sol, su «it-bag» –o indefectible bolso de moda– y un atisbo de cínica sonrisa. Aunque parecen personajes de «El diablo se viste de Prada», en realidad son sus protagonistas reales. O, presuntamente, al menos. Sin embargo, la supuesta lucha intestina por el trono americano que da a entender la novela, basada en «hechos reales», se habría quedado, por ahora, sin asalto final. También porque «Nuclear Wintour», como se le conoce en el crepitante universo de los podios se resiste a jubilarse.

Tampoco faltan quienes sugieren que la estilista y editora gala, de 56 años, habría sido generosamente invitada a dejar el cargo. Su «porno chic» había empezado ya a dar signos de agotamiento. Tanto como sus gustos subversivos y el afán por suscitar la polémica en cada de una de sus páginas. «Por eso los creadores la adoran», asegura Jean-Jacques Picart, el consultor de moda de referencia cuyos consejos se disputan no sólo creadores sino también empresarios del sector. «Ella da prioridad a la tribu, al micromundo de la moda, y a veces olvida a la lectora», señala el especialista, impulsor entre otros de figuras como Christian Lacroix.


Ella y «Nuclear Wintour»
A Carine Roitfled sólo le hacía sombra Anna Wintour, la directora de la edición norteamericana de «Vogue», la mujer que encarnó Meryl Streep en «El diablo viste de Prada», la mujer que no permitirá que la suceda alguien tan ambiciosa como ella misma. Son almas gemelas. Los métodos de trabajo de la francesa son deontológicamente cuestionables, como los servicios de consultora de moda que Roitfeld venía prestando de manera remunerada a distintas firmas de moda o llegar incluso a considerar la revista como su propia tarjeta de visita. Un catálogo donde promocionar a sus amigos diseñadores, como Ricardo Tisci, hoy a las riendas de Givenchy, y Christophe Decarnin, en Balmain, o fotógrafos como Mario Testino. Hasta el final y sin complejos. ¿O es un azar que su incondicional Tom Ford sea el protagonista único del último número de «Vogue» París? Seguramente no.