Barcelona
«Me ha mirado»
Barcelona se volcó ayer en el recibimiento del Santo Padre. Desde primera hora de la mañana, los barceloneses salieron a la calle para vivir un día histórico para la capital catalana. Más de 250.000 personas tiñeron la Ciudad Condal con los colores blanco y amarillo del Vaticano, alabando en todo momento a Benedicto XVI con múltiples muestras de religiosidad y fe.
Muchos fueron los que madrugaron para encontrar un buen sitio para ver al Pontífice lo más cerca posible durante su recorrido con el Papamóvil entre el Palacio Episcopal y la Sagrada Familia. «Estoy un poco dormido, me despertado antes de las siete de la mañana», decía Ignacio, de 11 años, entre bostezos. «No venimos a ver al Papa, sino a que él vea y sienta cómo le damos la bienvenida», afirmaba Isabel junto a sus tres hijos y marido.
«¿Cuánto falta para ver al Papa?», preguntaba ansioso el pequeño Mateo a un policía. Junto a él una veintena de niños de entre 4 y11 años esperaban eufóricos con banderas y la cara pintada para ver pasar al papamóvil en el cruce de la calle Marina con Aragón.«¡Yo soy adicto a Benedicto!», gritaban con un megáfono un grupo de adolescentes entre saltos de alegría y emoción.
Tras ellas se anima David, un párroco navarro, que clamaba «¡Viva el Papa!» junto a sus feligreses. «Sí, sí sí, el Papa ya está aquí», entonaba un grupo de Zaragoza con una gran pancarta de bienvenida. «Fuimos ayer a recibirle a la Catedral y hoy no nos lo podíamos perder», explicó Clara, una cubana de 25 años mientras agarró con fuerza el rosario de su primera comunión. «Ya llega, ya viene el Papa», avanzó María a sus amigas preparada con la cámaras mientras los helicópteros sobrevolaron el Eixample.
El papamóvil más rápido
El papamóvil pasó a una velocidad más alta de lo previsto, pero eso no hizo que los ánimos se rebajaran. Los gritos de emoción y el ondeo de las banderas acompañaban su paso, mientras unas muchachas corrían tras él. «¡Me ha mirado!», dijo Ignacio de 7 años.
«Seguramente se verá mejor en el sofá de casa, pero es muy importante que sienta como le acogemos, le queremos y admiramos», recordó Isabel a sus hijos, que habían conseguido entradas para seguir la ceremonia desde una de las pantallas ubicadas en el parque de la Sagrada Familia. Junto a ellos Stephen, un profesor inglés jubilado venido desde Londres, seguía atento la ceremonia a los pies del templo de Gaudí.
En las calles adyacentes, la multitud seguía con aplausos el acto. Tras arrodillarse en las aceras durante la consagración, los fieles se amontonaron para recibir la comunión, que 300 sacerdotes repartieron por las calles cercanas. «Me emociona que haya tanta gente, familias enteras, niños y jóvenes que vienen a valorar y a dar grácias a Dios por todo lo que tenemos», comentó Saturnina, de 76 años, emocionada.
Universalidad
En la confluencia entre las calles Marina y la Gran Vía, varias personas contemplaron la ceremonia en alguna de las pantallas gigantes instaladas para la ocasión. Algunos lamentaron no recibir la comunión, algo que sí se dio a los 13.000 asistentes a la retransmisión que se ofrecía en el plaza de toros de la Monumental. Banderas vaticanas, españolas, mexicanas o chilenas en el interior del recinto taurino demostraban la universalidad del acto. Lágrimas al son del «Virolai» pusieron punto y final a la ceremonia eclesiástica que, seguida del Ángelus, llenó Barcelona de emoción. «Se nota, se siente, el Papa está presente», cantaban Begoña, Patricia e Inés ya de vuelta a casa.
La Monumental como templo
La plaza de toros de La Monumental, en Barcelona, dejó ayer por unas horas la tauromaquia para acoger a 13.000 personas. En su interior se instalaron dos pantallas gigantes
que permitieron a los asistentes seguir en directo la consagración de la Sagrada Familia.
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