Irún
Bermudez del 11-M al «Faisán»
El «caso Faisán» le ha vuelto a situar en el centro de los focos. Su decisión de dejar en manos del Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional el futuro judicial del supuesto chivatazo policial a ETA ha levantado una considerable polvareda que a él, sin embargo, no le pilla desprevenido.
En su caso, llueve sobre mojado, porque Javier Gómez Bermúdez (Álora, Málaga, 1962) está bastante acostumbrado, a lo largo de 25 años de carrera judicial, al escaparate mediático. Sobre todo, desde su desembarco en 2002 en la Audiencia Nacional, donde antes de presidir la Sala de lo Penal fue juez central de menores y de vigilancia penitenciaria. Para la gran mayoría sigue siendo el juez del 11-M, el de los enérgicos reproches a los acusados del mayor atentado de la historia de España, el magistrado de rostro adusto que mantenía a raya a unos y otros con un simple gesto en un macrojuicio retransmitido en vivo y en directo.
Antagonista de Garzón
Entonces se alababa su determinación, su capacidad para tener bajo control un sumario de casi 100.000 folios, la manu militari que permitió desbrozar un proceso que parecía condenado a eternizarse. En un país aficionado a etiquetar hasta a los jueces, Gómez Bermúdez era un magistrado conservador, un juez de derechas, el perfecto antagonista de un Baltasar Garzón cuya estrella (más bien toda una constelación) empezaba a declinar. Ahora, sin embargo, su mediación en el «caso Faisán» le ha granjeado parabienes de sectores progresistas y críticas de las filas conservadoras, políticas y judiciales, para quienes se ha limitado a echar un capote al Gobierno maniobrando para que el asunto salga de la Audiencia Nacional en dirección a los juzgados de Irún, donde se produjo el supuesto chivatazo.
Al Pleno de la Sala se han avocado otros casos polémicos, como la salida de prisión del etarra De Juana Chaos y la investigación de los crímenes del franquismo por el juez Garzón. Entonces también se esgrimió la trascendencia del asunto para trasladar la deliberación a los 18 magistrados del Pleno. La decisión fue mayoritariamente aplaudida. Gómez Bermúdez seguramente se pregunte por qué nadie habló entonces de oscuras maniobras.
Los caminos de Garzón y Gómez Bermúdez se cruzaron en julio de 2004, cuando ambos compitieron por la Presidencia de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional. El juez de jueces era el favorito, con su estela de sonadas investigaciones contra el narcotráfico, ETA y los GAL. Para el gran público, su oponente era un perfecto desconocido, pese a su periplo en el Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria, donde se había mostrado inflexible en la aplicación de los beneficios penitenciarios a los terroristas. Contra pronóstico, su candidatura se impuso a la de Garzón gracias a los once votos de la mayoría conservadora del Consejo General del Poder Judicial.
Nombramiento accidentado
La designación fue de todo menos pacífica. Hasta tres veces tuvo que repetirse su nombramiento, anulado por el Tribunal Supremo tras los pertinaces recursos de otro de los candidatos, el magistrado progresista José Ricardo de Prada, ahora uno de los pocos que ha defendido públicamente la intervención de Gómez Bermúdez en el «caso Faisán». Las vueltas que da la vida. Miembro de la conservadora Asociación Profesional de la Magistratura, Gómez Bermúdez –experto en terrorismo yihadista– presidió en 2005 el tribunal que condenó a la célula española de Al Qaida, quizás su primer juicio de gran repercusión mediática. Dos años después, su rostro estaba en todos los medios de comunicación como presidente del tribunal del juicio del 11-M. Fue, además, el encargado de redactar la sentencia, donde cerró la puerta a una posible intervención de ETA en la masacre. De nuevo, en el disparadero. Pero su momento más amargo llegó sólo unas semanas después, cuando su mujer, la periodista Elisa Beni, publicó «La soledad del juzgador», una crónica sobre el día a día de Gómez Bermúdez en el juicio del 11-M que levantó ampollas. A Beni le costó el puesto como directora de comunicación del Tribunal Superior de Justicia de Madrid y al juez del momento (al que muchos situaban ya camino del Tribunal Supremo) un mal trago que le dejó cicatrices y un cierto desapego a la crítica que ahora le habra venido bien para aguantar el chaparrón.
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