Roma

Gastarse y desgastarse por Demetrio Fernández

La Razón
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La Iglesia a lo largo de los siglos ha encontrando siempre caminos para el Evangelio. Y lo que parecían dificultades invencibles se ha convertido muchas veces en estímulo para dar lo mejor de sí mismos. Ahí está el testimonio supremo de los mártires. Cuántas ocasiones la misma persecución ha abierto nuevas posibilidades para evangelizar.

Eso ocurrió en el siglo XVI, un siglo de reforma postconciliar, que encontró sobre todo en España grandes figuras de la reforma de la Iglesia universal. Entre ellos, destaca San Juan de Ávila, maestro de muchos otros que llenaron ese siglo de oro de santidad rebosante. Ellos se encontraron con un mundo nuevo, y entendieron que la reforma de la Iglesia comienza por uno mismo, es decir, por la conversión y por la aspiración seria a la santidad. San Juan de Ávila estuvo dispuesto a perderlo todo por Cristo, con tal de anunciarlo gratis a los que no lo conocen y hacerles partícipes de ese amor que vence al mundo. Despojado de sus bienes, emprendió camino hacia tierras lejanas como misionero del amor de Dios, y le retuvo el arzobispo de Sevilla: «Tus Indias están aquí».

Hoy somos convocados a una nueva evangelización. El Sínodo de los Obispos en Roma está tratando de este tema. Y el Papa ha querido inaugurar el Sínodo proponiéndonos a San Juan de Ávila –junto a santa Hildegarda de Bingen– como maestro de evangelización. Porque la evangelización no son solamente métodos, sino personas.
Y sólo pueden evangelizar aquellos que han recibido el Evangelio y se han dejado transformar por él. Para la Iglesia universal, la alegría del doctorado se convierte en estímulo para afrontar la nueva evangelización al estilo del nuevo doctor. Centrado plenamente en Jesucristo y dispuesto a gastarse para que otros le conozcan y le amen.