Historia

Cataluña

El fascismo está inventado por Martín Prieto

La Razón
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Goebbels, ministro de Propaganda del III Reich, hizo famosa la tesis de que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. Enteco, con un pie zambo, de escasa estatura, muy contrapuesto al ideario ario, le hubiera tocado la eugenesia que predicaba. Pero sus logros más malignos no estuvieron en el agit-prop sino en Educación de la que fue también responsable, ideologizando hasta los parvularios como mera antesala de las Juventudes Hitlerianas: la raza, la Gran Alemania y el gran espacio vital germano que fue inyectado en la sangre más joven de la Alemania nazi. Causa grima contemplar por televisión a unos niños catalanes reclamando una Cataluña libre, una única patria y balbuceando que la independencia les bajará los impuestos. Primero descerebraran a los infantes sumiéndoles en la ignorancia y después les inoculan un nacionalismo con bocatas de butifarra, porque los jóvenes de hoy necesitan más mitología y muchas menos ciencias exactas. La degeneración del romanticismo nacional, que siempre es el primer amor de un adolescente e inventado en los siglos pasados. Elena Valenciano acusa al ministro Wert de inconstitucional por animar a españolizar a los niños catalanes. La Constitución de 1978 reza que el idioma español es obligatorio en todo el territorio, pero parece que Doña Elena no tiene tiempo para leer ni nuestra Constitución. El «Sí» o «Sí» de Arturo Mas resume la imperiosa voluntad del nazi-fascismo que llevó a abolir la Constitución italiana y que el rey Vitorio Emanuelle debía preservar y la historia de la República de Weimar debía sostener al mariscal Hindenburg. Arturo quiere imponer «trágala perro» con la misma subnormalidad de Mussolini o Hitler. Estos radicales sobrevaluados beben la primera mitad del siglo XX. Lincoln advirtió de que de vencer el sur volverían a dividirse. Aquí no. Euskalerria se expande en los mapas y a Catalunya sólo le quedan «los países catalanyes» que incluyen a Valencia, Baleares y también al Rosellón. Nos ha caído en suerte un secesionismo imperial.