Crítica de libros
Pensamientos con vientre (V) por José Luis Alvite
Si se trata de desterrar los tópicos que las describen, las mujeres no son ni como las retrata la literatura que las ensalzan, ni como aparecen en los chistes que las ridiculizan. De lo que no cabe duda es que son seres fascinantes y complejos, difíciles de explicar con cuatro rasgos. Para empezar, a diferencia de los hombres, gracias a su rica variedad emocional ellas no son la misma persona a lo largo de todo el día. La mujer que se acuesta al llegar la noche raras veces recuerda a la que se levantó por la mañana, ni a la de la hora del almuerzo. Un hombre acusa en su estado de ánimo las incidencias de la jornada sin que cambien demasiado su carácter, tal vez porque nosotros somos seres más simples e inmediatos y el instinto nos alivia de la pesadumbre que pueda causarnos la razón. Un psiquiatra amigo mío me comentó hace algunos años que de las diez mayores preocupaciones de un hombre, siete se refieren a averías del coche. «En el caso de las mujeres –dijo– incluso les produce desconcierto la inesperada serenidad de no tener preocupaciones». En un símil, puede verse la relación de hombres y mujeres como un prodigio del entendimiento entre lo elemental de los varones y lo sofisticado de la identidad femenina. Si se tratase de describir esa relación en el momento de compartir la sed, nosotros seríamos simples como el agua, y ellas, complejas como la bomba del pozo. En lo femenino hay percepciones difíciles de explicar, como ocurre cuando nada más mirarle a los ojos, ellas saben si un hombre tiene los pies calientes. ¿Una simple anécdota? No, ni mucho menos. Muy pocas mujeres se enamoran por debajo de los 20 grados. Su sentido común disuade a muchas mujeres de relacionarse con un hombre que pueda causarles al mismo tiempo un disgusto, un placer y un catarro.
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