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«No les perdono la vida sesgada ni el calvario de aquel día»

Los atentados del 11-M le arrebataron a su hija, pero su lucha por las víctimas la convirtió en presidenta de la AVT. Ahora, ocho años después, batalla con la misma fuerza contra un cáncer>> Aniversario 11-M / Un vagón para buscar nuevas pistas >> Juerga General; por Daniel Portero >> La cita de los sindicatos: Organizar el 29-M le cuesta dinero al contribuyente >> Dos huelgas en 18 meses 

«No les perdono la vida sesgada ni el calvario de aquel día»
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Madrid- Ya han pasado ocho años, pero ni siquiera el paso del tiempo consigue mitigar la pena. El 11 de marzo de 2004, Ángeles Pedraza sufría un duro golpe, el peor que la vida puede darte: su hija Miryam, de 25 años, perdía la vida en uno de los trenes afectados por las explosiones. Sin tiempo a un último adiós, a un último beso, a un abrazo... Ése día comenzó una lucha que aún no ha cesado. Y es que, lejos de hundirse, sacó todo el coraje que lleva dentro y que la hace fuerte e inició un camino que la llevó, en 2010, a tomar las riendas de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT).

Pero en esta andadura, Pedraza no esperaba que la vida le asestase otro duro revés: «Tengo cáncer de endometrio». Un hecho desconocido por la mayoría, ya que ella se cuidó muy mucho de que nadie pudiera notarlo. Y, una vez más, tiró de entereza y coraje para batallar en esta nueva lucha. La segunda que le propina el destino.

«Nadie ha podido notarlo porque no he cancelado ni una sola entrevista ni una reunión y, mucho menos, cualquier acto o reunión a los que debía asistir», explica esta mujer, a la que le pueden más sus obligaciones y honrar la memoria de su hija que sus propios problemas. Tanto es así que «gestionaba o contestaba a los medios desde la cama del hospital, en plena sesión de quimio o en los días posteriores al tratamiento, ésos en los que te quedas destrozada».

A los seis meses de llegar a la Presidencia de la AVT, su entorno ya sabía que algo no iba bien. Pese a todo, Pedraza le pidió a los médicos una «tregua diagnóstica», al menos hasta que pasase la manifestación prevista para el 9 de abril del año pasado. Dos meses después de esta marcha le detectaron el cáncer. Desde entonces ya ha pasado dos operaciones, con un mes de diferencia entre ellas, y varias sesiones de quimioterapia. «He superado seis sesiones y el oncólogo me ha dicho que no preciso radio. A priori va bien, pero no puedo descartar nuevas tandas», comenta animada.

Más de medio año entablando una doble lucha, la herida abierta hace ocho años por el asesinato de su hija y, ahora, esta enfermedad. Pero ella lo tuvo claro desde el principio: «Mi vida pendía de un hilo, pero no podía decaer». Pensaba que tras el 11-M había sido fuerte y siempre creyó que no podría enfrentarse a otro trágico golpe, pero no fue así. «Los demás, como yo, siempre podemos», asegura Pedraza. El cáncer es duro, pero la fuerza es mucha.

«No iba a tirar la toalla»
Desde la misma cama en la que atendía a los medios, pronunciándose sobre Bildu o Amaiur, la presidenta de la AVT llegó a contemplar la posibilidad de dedicarse más tiempo... «Hasta que descubrí que no podía ser; que no iba a tirar la toalla por nada del mundo». Todo lo contrario, añade Pedraza, «fue un reto. Decidí hacerme un nuevo cuaderno de bitácora. Algunos días estaría fuera de combate –especialmente tras la quimioterapia– y aquellas jornadas en las que podía trabajar, lo hacía por partida triple para compensar».

Y como si de un relato pormenorizado de su vida se tratase, esta combativa mujer no olvida: «Igual que puedo reproducir cada 11-M, dónde estuve cada minuto, puedo recrear todo el proceso de mi enfermedad, cada prueba, cada voz de un médico, las explicaciones...». Sin embargo, hay algo que no ha podido superar y que le llena de dolor. Llegados a este punto, a Pedraza le invade un profundo sentimiento de tristeza al tratar de explicar que es muy duro «no haber podido contar con el apoyo de mi hija durante este periplo».

Y es que cuesta tanto recordar aquel fatídico día... Son tantos los sentimientos que se remueven y se entremezclan cada 11 de marzo. Para ella, su pequeña Miryam siempre tendrá 25 años. Estaba casada y trabajaba en una gestoría. Cosas de la vida, la hija de Pedraza vívía un piso más abajo que su madre y la noche anterior a los atentados se había despedido de ella porque al día siguiente por la tarde se iba de viaje con su marido a Londres. Y esa imagen, la de su hija con un pequeño neceser atravesando el umbral de la puerta es la que guarda en su retina la presidenta de la AVT.

«Esa mañana me fui al trabajo como cada día, a mi puesto de técnico en El Corte Inglés, a quienes tanto debo por la comprensión mostrada», comienza su relato Pedraza. En su memoria siempre quedarán tres dígitos, los de la hora a la que se produjo una de las explosiones en Atocha. «A las 7:39 horas se produjo una explosión en las vías del AVE. Supuse que era una bomba, pero no lo relacioné con mis hijos. Además, mi hijo se había dormido y no iba con su hermana ese día», recuerda.

Una llamada que no llegó
Entonces no le dio importancia, pero, cada mañana, usaban esas vías para ir a su trabajo. «Tras llegar a la oficina puse la radio y supe que las proporciones de la tragedia eran otras», prosigue Pedraza. Las informaciones hablaban de distintos puntos de detonación y ahí empezó su calvario. Llamó a su hijo y comprendió que, pese a que él estaba bien, su sufrimiento no sería menor: «En ese instante supe que Miryam estaba muerta. De haber tenido un hálito de vida me hubiera llamado».

Y aunque su cabeza sabía ya en ese momento la verdad, su corazón se agarraba a un hilo de esperanza. «Respiré sólo unos minutos y me autoconvencí de que su teléfono no funcionaba porque los inhibidores de frencuencia lo impedían», relata Pedraza, pero «poco después, la señal de su móvil se restableció... y no contestaba. No era propio de ella». Así, sin pensárselo, salió a buscarla desesperadamente. Una carrera que culminó a las tres de la madrugada en Ifema, lugar al que, como si de una broma macabra se tratara, debía acudir a trabajar esa mañana.

«Peregriné, como todos los familiares, por todas las clínicas: desde el Gregorio Marañón hasta el hospital de Guadalajara o Alcalá de Henares»... Pero la historia ya estaba escrita. Y, una vez más, su corazón supo que habían truncado la vida de su hija y con ello, todos sus sueños, entre ellos el de ser madre. También supo que comenzaba un calvario difícil de soportar. «No les perdono la vida sesgada ni el calvario de aquel día, pero, mucho menos, que me dejaran para toda la vida sin ser abuela. Y todo por romper por la mitad un vagón en la calle Téllez».

Y después de este relato, quién no entiende a las víctimas y a esta madre: «No puedo perdonar ni soportar que me miren a la cara los asesinos. Yo puedo mantener la mirada a cualquier persona, pero no a un terrorista que sesga la vida a quien hoy tendría una existencia plena a sus 34 años... mi hija no me lo permitiría y sería más beligerante que yo».

«¿Por qué a mí?»
Ahora, cuando apenas ha dado un paso ganador al frente de las víctimas, le dicen que tiene cáncer y se pregunta ¿por qué a mi?, ¿por qué otra vez después de sesgarme la vida por la mitad? Pero no hay una respuesta, nadie la tiene.

Muchas son las batallas que aún tendrá que pelear Ángeles Pedraza, pero su fortaleza no parece tambalearse. La primera prueba llegó ayer, la noche previa al aniversario de los trágicos atentados. La segunda, hoy, esta noche, cuando ya ha pasado todo. En su ordenada casa y a solas con sus sentimientos. «Prefiero estar sola porque el día de después, tras los actos, es peor que el previo», aclara esta madre, que siempre recordará la noche en que vio salir por última vez a su hija por el umbral de su puerta. También recordará el libro de Antonio Gala que, cada cumpleaños, le regalaba su hija.

Su vida ya no es la misma, y, aunque es una mujer luchadora no es de hierro. En estos ocho años ha aprendido mucho y ha vivido aún más. Precisamente es esta vida, la que le ha tocado, la que le ha enseñado a luchar con uñas y dientes y a denunciar todo aquello que considera injusto. La tristeza y el dolor se quedan de puertas adentro, igual que la debilidad. Su lucha junto a las víctimas es una forma de honrar también a Miryam y ahí, tiene muy claro que no piensa fallar nunca.