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La dolce vita

La Razón
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Érase una vez unos padres que no querían que a sus hijos les faltase de nada ni sufriesen los rigores de la disciplina, el esfuerzo y el trabajo duro para lograr algo, pues no querían parecerse a sus progenitores (los de la post-guerra). Así se concibieron los «ni-ni»: ni estudian ni trabajan ni tienen intención de hacerlo. Son pequeños dictadores, hijos caprichosos de padres inmaduros que no saben liderar sus vidas. Además, el Club del Redil (CdR) fomenta perdedores, gente sin futuro a la que poder manejar y hacer creer que pueden vivir del cuento toda su vida. La tele ha mostrado, por activa y por pasiva, cómo no hace falta estudiar ni ser inteligente para triunfar, véase el caso de B.E.: le bastó ligarse a un torero para ganar un pastón. Por no hablar del presidente del desgobierno, que jamás ha trabajado. Ergo, ¿para qué esforzarse, entrenar neuronas y bíceps? No obstante, los padres, en vez de darles dinero, bien podrían haberles enseñado que lograr las cosas por sí mismos fomenta autoestima y autovaloración, además de libertad para gestionar el destino propio.
Muchos se preguntarán cómo librarse de semejante hijo, que si se descuidan les sacará los ojos. Dado que sanZPdelasruinas (otro ni-ni: ni se va ni gobierna), prometió pagarles el alquiler y darles un sueldo, ¿por qué no probamos a enviárselos a él? A lo mejor hace algo de provecho antes de dejar La Moncloa. Se acabó la dolce vita, bienvenida la amarga realidad: o despabilan o no tendrán futuro.