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Las Cenizas del Esplendor por Alfonso Ussía

La Razón
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Así se titulaba una novela-ensayo de Antonio Menchaca, un marino bilbaíno que retrató con maestría el derrumbamiento del viejo esplendor industrial de Guecho. Lo conocí una tarde que visitó «El Giralda» de Don Juan en un puerto balear. El libro de Menchaca, entre riguroso y cotilla, cayó muy mal en Neguri y Las Arenas, y especialmente en las familias con sesgo nacionalista y pasado franquista, que abundan por aquellos lares. No obstante, de aquella obra, lo que quedaba al final de su lectura, divertida y sorprendente, era el título, un hallazgo poético y metafórico que respondía a la perfección a la realidad: «Las Cenizas del Esplendor».

Navegué en «El Giralda» en la última singladura del Viejo Rey. Y en el Puerto de Santa María, en «Puerto Sherry», coincidimos con un importante financiero también navegante, que pidió saludar a Don Juan a bordo del «Giralda». La única protección oficial que guardaba la seguridad del barco era un guardia civil apostado junto a la plancha de embarque del «Giralda», y al que Don Juan invitó a embarcar para que no le fundiera el solazo sureño de finales de agosto.

A la hora establecida para la visita del financiero, una muchedumbre se aproximó al «Giralda». Don Juan, que tenía la visión muy deteriorada, me preguntó por aquella marabunta humana que se acercaba al barco. «Es el financiero con su servicio de seguridad». Por lo menos, veinte escoltas. Y Don Juan, estableciendo una comparación entre su guardia civil y los veinte escoltas del financiero, comentó: «La verdad, es que soy una persona venida a menos». Y recordé a Menchaca. «Señor, las cenizas del esplendor».

Hoy me entero, como la mayoría de los españoles, que el exjuez Baltasar Garzón disfrutaba de un servicio de seguridad compuesto por dieciocho escoltas. El Ministerio del Interior se lo ha reducido a dos agentes, lo cual me extraña, porque el señor Garzón ya no es juez. Sus entusiastas justifican el carísimo séquito de seguridad de Garzón por sus actuaciones contra la ETA, muchas de ellas arriesgadas y valientes, aunque al final terminara siendo un activo colaborador político de las ignominiosas auroras boreales de Zapatero. La firmeza judicial contra la ETA no es exclusiva de Garzón. Todos los jueces de la Audiencia Nacional han instruido causas contra los terroristas, y no han tenido dieciocho escoltas. Los magistrados del Supremo, que han confirmado y aumentado las condenas de los terroristas, no tienen dieciocho escoltas cada uno, y los miembros del Tribunal Constitucional que votaron en contra de la legalización de «Bildu», tampoco están custodiados por esa ingente cantidad de policías. Los que votaron a favor, no precisan de ningún tipo de seguridad, aunque la tengan como consecuencia de sus cargos. Todo responde a la hinchada vanidad del interfecto, que consideraba su vida infinitamente más valiosa que la del resto de los españoles, soplando cada día con más ridícula fuerza el globo de su soberbia.

A partir de ahora, que sean Kirchner, Chávez, Correa, y demás mandatarios sudamericanos los que financien el pasmoso servicio de seguridad de Garzón, si bien en Ecuador y Perú los abogados nativos no están por la labor de sufragar el derroche que con Garzón viaja allá donde vaya. De cualquier manera, no puede quejarse de la cortesía del Gobierno de Rajoy, que le mantiene una seguridad oficial cuando ya nada oficial representa. En este caso, sus dos escoltas no pueden considerarse las cenizas del esplendor, sino las pavesas de la fatuidad y la prepotencia.