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ANÁLISIS: Y la guerra de Afganistán por Félix ARTEAGA

La Razón
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La caída del régimen talibán en 2003 no puso fin al riesgo de que Al Qaida retornara de sus santuarios paquistaníes a Afganistán, ya que la insurgencia afgana comenzó a ganar influencia y territorio a partir de 2006. Posteriormente, Obama ha cambiado la estrategia en Afganistán y Pakistán, siendo su objetivo estratégico actual el de «quebrantar, desmantelar y derrotar a Al Qaida y a sus violentos asociados extremistas en Afganistán, Pakistán y en todo el mundo». Desde entonces, en Afganistán se combate tanto contra el terrorismo como por la construcción del Estado afgano. Al Qaida y los talibán afganos mantienen estrechas relaciones de interés, pero no son lo mismo. Forman parte de la misma insurgencia y coinciden en su deseo de derribar al Gobierno de Karzai y acabar con la presencia de fuerzas internacionales en territorio afgano, pero los talibán están mucho más interesados en esos objetivos de su yihad doméstica que en los objetivos de la yihad exterior, que entusiasman a los seguidores de Al Qaida. Los talibán sostienen el grueso de la lucha contra las fuerzas progubernamentales de forma autónoma, sin depender de Al Qaida para dirigir o financiar las operaciones. Tampoco precisan ya de salafistas entrenados en la lucha contra EE UU o sus aliados en otros frentes, porque la insurgencia se basta para nutrir el reclutamiento de los talibán. Al Qaida ha ido perdiendo influencia sobre los talibán afganos y se ha visto desplazada en las acciones tácticas por otros grupos salafistas con mayor capacidad combativa en Afganistán como la Red Haqqani y Lashkar-e-Taiba. El Gobierno afgano y la coalición internacional han tratado de separar a los talibán de Al Qaida, facilitando la reintegración de los combatientes talibán o la negociación con sus dirigentes a cambio de distanciarse expresamente de Al Qaida. Estos intentos no han tenido el éxito esperado porque los talibán quieren mantener abiertas todas sus opciones y porque, una vez que se ha puesto fecha a la salida de las tropas occidentales –entre 2011 y 2014–, parece difícil negociar la salida a cambio de la denegación del santuario afgano. Mayor separación parece estar logrando el relevo generacional, que distancia a los jóvenes mandos insurgentes sobre el terreno de los viejos líderes yihadistas o talibán que viven en la distancia y en la seguridad de los santuarios paquistaníes. En los últimos meses, los responsables estadounidenses han ido reduciendo la importancia de Al Qaida en Afganistán tras el acoso de las fuerzas de operaciones especiales sobre el terreno afgano y de los aviones no tripulados en sus santuarios de la frontera afgano-paquistaní, donde Al Qaida ha ido perdiendo mandos importantes desde enero de 2009, como el jefe de operaciones exteriores, Saleh al Somalí. Mientras, Al Qaida ha ido explorando nuevos santuarios en Yemen o Somalia, por lo que resulta difícil a EE UU asociar a la organización con la guerra de Afganistán. Reducido el poder operativo de Al Qaida en Afganistán, el problema estratégico es evitar que un futuro Afganistán liderado de nuevo por los talibán pueda ofrecer albergue a Al Qaida; pero eso no puede evitarse, pues la coalición internacional ya tiene fecha de salida y, tras ella, todo puede cambiar. La muerte de Ben Laden no tiene por qué cambiar el calendario o las condiciones de la transición, pero, muerto Ben Laden y reconocida la importancia marginal de Al Qaida en Afganistán, puede acentuarse la presión social por retirar las tropas cuanto antes. Al fin y al cabo, las fuerzas especiales, la inteligencia y los «drones» están demostrando más capacidad para luchar contra el terrorismo que las tropas y la asistencia internacional para construir el Estado afgano.


Felix Arteaga
Investigador principal de Seguridad y Defensa del Real Instituto Elcano